EL reforzamiento, la verdadera implantación más bien, de la Formación Profesional es, desde luego, la piedra angular de la revolución educativa que España necesita y la reconsideración del modelo de colegios concertados, el fomento de la excelencia o la mejor preparación de los profesores, también son piedras que, no siendo a lo mejor tan angulares, conviene tener presentes en el contenido de lo que se proponga y salga en el Pacto que promueve el ministro del ramo, señor Gabilondo.
Ahora bien, hay un asunto que, por estar en el origen de la incultura nacional y del desprecio generalizado al conocimiento, es la suma y la cifra de nuestras profundas carencias educativas: el abandono absoluto de los párvulos, hoy llamados, de manera harto significativa, “pre-escolares”.
Del hecho insólito de que de los tres a los seis años a los niños se les tenga en la escuela haciendo el mono, con un cuidado exquisito de que no aprendan nada (ni leer, ni escribir, ni las cuatro reglas, ni los ríos, ni los países, ni nada), derivan todos los males educativos que, a excepción de aquellos que conciernen a la pobreza de recursos materiales de la Escuela Pública, afligen a nuestros escolares hasta que, la mayoría aburridos y desmoralizados, dejan de serlo.
Porque todo el mundo sabe, menos al parecer las autoridades educativas españolas de los últimos decenios (antes la escuela era cutre y adoctrinadora del fascio, pero el modelo era el francés), que lo que no se aprende en los primeros años de vida, ya no se aprende, con la naturalidad y el automatismo del verdadero conocimiento, JAMAS.
¿Cómo va un niño a aprender a escribir y a leer a los seis años, cuando ya se le ha pasado el arroz de aprenderlo todo divirtiéndose y a la velocidad del rayo?
La ágrafa realidad de nuestros bachilleres, y aun de nuestros universitarios, señala que de ninguna manera.