No hace mucho, en El Puerto de Santa María, se podía adquirir una vivienda, de corte alto, por unos diez millones de pesetas. Y no se crean que les hablo del cuaternario, ni de los tiempos de Franco, les traslado diez años atrás. La zona donde les ubico es el centro de la ciudad, sobre las ruinas de un viejo Central Cinema. Pero ha llovido mucho desde entonces.
Ustedes se preguntarán, a qué viene esta reflexión, tardía, a estas horas. Pues bien. Hace unos días en un programa de debate de una cadena de televisión, se hablaba de la vivienda, la crisis y sus connotaciones sociales. En esto un directivo de una constructora aseguró, basándose en unos sencillos cálculos, que era posible construir viviendas de 50.000 y 80.000 euros. Eso sí, si se conseguía suelo a un módico precio. Y yo me pregunto: si un metro cuadrado en el centro de una ciudad, dista bastante, en precio y trabas a la hora de construir, de uno de la periferia, ¿por qué no difieren tanto los precios?
Estamos inmersos en una crisis alimentada por la subida del euribor, la globalización y sobre todos las ansias y la avaricia de muchos –por no decir todos– constructores. Y sin embargo, los que pagamos el pato somos los mismos de siempre.
Los curritos, los empresarios medios, los que luego ponemos o quitamos al mindungui del poder. Y es aquí donde tenemos que hacer una profunda reflexión. Teniendo tanto poder, ¿por qué siempre nos salpica la mierda a los mismos?
Los constructores se lavan las manos en el dinero que han amasado a costa de nuestros ahorros y de nuestro futuro.
Las inmobiliarias –no todas, pero sí casi todas– miran para otro lado, cuando hasta no hace mucho inflaban los precios de una manera desproporcionada. Los banqueros daban préstamos por encima del umbral de riesgo. Y podría seguir enumerando sicarios de nuestro bolsillo pero prefiero ir directamente al primer responsable, el político. Ya sea alcalde, presidente de la Junta , la Xunta, la Generalitat o como se llame el estamento en esta torre de Babel, pero lo cierto, sin olvidarnos del presidente, sea quien sea, todos ellos, sin omitir ninguno, han visto desde sus sillones como el precio de la vivienda se iba por las nubes bajo la máxima de la oferta y la demanda, sin echar en cuenta que para la cesta de la compra quizás esos criterios sean válidos, y la intervención de las administraciones públicas tengan poco que decir. Pero la leche se compra al contado, un piso no. Y esa burbuja especulativa, no nos afecta en el día a día, nos afecta a cuarenta años vista. Y es aquí donde un gobierno, o quien sea, tiene que gritar: basta.
Ahora, cuando las constructoras quiebran por doquier, las inmobiliarias hacen lo propio, los banqueros se echan
las manos a la cabeza… ahora, piden ayuda.
Cuando un currito, cualquiera, compra un piso, se queda sin trabajo, le sube la hipoteca, y por consiguiente, le embargan el piso. ¿Quién le ayuda? Ya sé que esto es inviable, sería imposible para nuestra economía salvaguardar las espaldas de todos a los que les peligra la vivienda, pero no sería interesante que nos planteásemos un cambio. Ya está bien de que cada vez que se parta algo, los platos rotos los paguemos los de abajo, mientras los de arriba siguen en sus jet privados frivolizando sobre lo mal que esta la economía. Mala está nuestra economía, la vuestra, esta de puta madre. Y si no, ya habrá algún presidente que os eche un cable, por el bien de la economía.