Los guionistas de Hollywood se han puesto en huelga. Se niegan a inventar más argumentos hasta que no les suban el sueldo. Están hartos de que, a costa de su sudor, siempre salgan ganando los mismos, que -¡sorpresa!- es lo que ha ocurrido a lo largo de buena parte de la historia de la humanidad, se pague en dólares o en piedras preciosas. Al menos, han descubierto una posición de fuerza: sin su imaginación ni sus manos, los que mandan en los despachos tienen difícil seguir llenándose los bolsillos, ahora que el público ya no solo se encuentra en las salas de cine, sino que puede estar enganchado a una serie o una película desde el salón de su casa o desde el cuarto de baño.
De momento, ni nos concierne, ni nos preocupa.
Tenemos por delante tres semanas para levantar nuestras propias ficciones sin necesidad de su ayuda, ligadas al futuro político de los municipios que habitamos y ante la escasez de evidencias. Algunas de esas ficciones vendrán dictadas por las expectativas de cada partido, otras, por las promesas irrenunciables -aunque algunas terminen padeciendo memoria de pez-, y, también, por las variables que puedan interferir e influir entre el puñado de indecisos que puede decantar las elecciones. Así hasta que todas ellas acaben vencidas por la realidad de las urnas en la noche del
28 de mayo.
Como punto de partida, olvídense de las intuiciones, ya que quienes no lo harán serán los propios candidatos, empeñados en alimentarse de ellas, en decir lo bien que lo han hecho o las ganas de cambio que detectan en la calle.
Lo advierte
José Luis Sanchís, consultor. Empezó con Adolfo Suárez y lleva 166 campañas electorales a sus espaldas en 20 países. La suya es una de las más que interesantes aportaciones a un reportaje publicado en febrero pasado en
El país semanal y en el que se abordan las diferentes tramas y visiones que nos aguardan de aquí a final de año, cuando le toque a las generales. De hecho, “dado el carácter personalista de las municipales, donde se vota a los candidatos por encima de las ideas, nadie se atreve a hacer pronósticos”, resume Jesús Rodríguez en su artículo, y apunta a las aportaciones de
José Pablo Ferrándiz y Belén Barreiro, quienes “coinciden en describir un empate técnico entre los bloques de la derecha y de la izquierda, dentro de un contexto polarizado, multipartidista, volátil, con muchos ciudadanos que cambian su voto de unas elecciones a otras, y con los bloques fragmentados. Si lo miras por bloques, están congelados. La legislatura no les ha pasado factura. Ha habido muy poco cambio, muy poca transferencia de voto”. Y Ferrándiz apostilla: “El que quiera gobernar necesitará socios, el que consiga más votos puede que no gobierne.
El PP va a necesitar a Vox y esperar que Cs desaparezca. El PSOE a una izquierda lo menos fragmentada posible”.
Ése sí es un buen punto de partida.
El PP enfrentado al miedo de que pueda ser la fuerza más votada, pero sin apoyos suficientes para gobernar. El PSOE, aterrado por una izquierda hecha añicos y entregada a ese afán suyo por fagocitarse a base de amor propio. Los populares han pasado de la “ola azul del cambio” a pedir la hora en forma de “pactemos que gobierne la lista más votada”, algo que tradicionalmente ha sido señalado como síntoma de debilidad, aunque también puede responder a un acto más o menos desesperado para reactivar a su electorado o provocar que el adversario caiga en la autocomplacencia -la ficción es libre; es lo que tiene, aunque no atine-. A los socialistas no les llega la camisa al cuerpo. Coparon más de la mitad de municipios de la provincia en 2019, han afrontado la pandemia y respiran ahora con los buenos datos económicos, pero asaltados por las dudas de si han sabido aprovechar el tiempo.
Tanto en uno como en otro caso, en uno y otro bloque, pervive la incertidumbre como aliciente y desencadenante de este definitivo peregrinaje político de tres semanas, que servirá a su vez para escribir otro comienzo, sin necesidad ya de más ficción, ni de más intuición.