Leí por vez primera la poesía de Mary Jo Bang (Waynesville, Missouri, 1946) en el número 4 de la revista “NO”, -una bella publicación que codirigieran años atrás Ben Lerner y Deb Klowden-. Los dos poemas recogidos entonces, “We Are Only Human” y “Utopian Longing Grows More Absurd”, formaban parte de su poemario “Elegy”, editado originalmente en 2007.
Ya entonces, me sorprendió la voz herida y portentosa de la poetisa norteamericana y la devastadora melancolía de su verso. Ahora, la reciente edición de “Elegía” (Bartleby Editores. Madrid, 2010), me confirma que aquella pretérita impresión era en verdad la culminación de un proceso vital y doliente, causado por la desaparición de su hijo Michael a los treinta y siete años de edad, muerto por una sobredosis.
Con este poemario -que recibió el “National Book Critics Circle Award-, Mary Jo Bang sumaba su sexta entrega, si bien es la primera vez que aparece traducida al castellano. Las certeras versiones de Jaime Priede, nos sumergen en lo más íntimo y desgarrador de este cántico en el que “se trata de dar vida donde ya no hay, de trazar líneas de fuga a través de la memoria y del impulso de la imaginación”, como anota el propio Priede en su prólogo.
No es sencillo afrontar un poemario de temática tan sensible, sin llegar a caer en un exceso de subjetividad, en donde el yo sature al lector. Entre las muchas virtudes de esta turbadora “Elegía”, está la de haber intercalado junto al lógico proceso de confesionalidad, otro sujeto, “ella”, que desde su tercera persona deviene en un distanciamiento tan necesario como objetivo.
“Alguien te ha visto/ y dice que estabas bien/ solo horas antes de no existir./ te digo Vuelve/ y no me haces caso (…) Tú, tan singularmente tú. Y te volviste/ invisible”, reza su poema “Sonata a cuatro poemas”, que da inicio al volumen. Desde este arranque emocionado, de fervorosa ausencia, los poemas se suceden signados por la certidumbre de cuanto hay detrás de la existencia humana: la precariedad de nuestro ser, nuestra finita condición, pero no por ello exentos de la grandiosa capacidad de amar lo que somos, de soñar con cuanto queremos y quisimos ser.
Sobrevuela por estas páginas, un sentimiento de culpa, de extrema exigencia. Pues la autora, se lamenta por no haber podido reconducir una situación compleja que podría haber encontrado -¿tal vez?- posible redención: “Te veo como una alucinación febril y dolorosa que me dice que te podría haber salvado si hubiera hecho las cosas mejor”.
Con un verso verdadero, bien armado y una sólida estructura formal, Mary Jo Bang vertebra un intenso cántico donde el amor ilumina, embellece y entristece todo cuanto roza y donde la memoria se alza vívida. Hay poemas de una intensidad extrema, pero destacaría sobre todos, “Fuiste eres elegía”, un heroico desahogo para acallar el daño irreparable que supone despedir y enterrar a un hijo: “Frágil como un niño es frágil./ Destinado a no durar siempre./ Destinado a convertirse en otro/ para la madre. Aquí estoy/ sentada en una silla, pensando/ en ti. Pensando/ en cómo era/ hablar contigo (…) Te amo. Te amé. Eras./ Y eres”.