Vivir más y mejor que lo hacían los reyes, los emperadores y los grandes terratenientes de antes de la penicilina, es una razón más para sonreír
Mientras el mundo sigue a lo suyo, alimento mi autoestima cual lechón succionando las glándulas mamarias de una cerda. Matanzas, extorsiones, adoración de la avaricia, reino de viles ambiciones, el universo gira y gira, y los medios de comunicación siguen prestando mayor atención a los malvados que a los honrados. Un crimen se premia con una primera página y a los poetas, médicos y compositores de pentagramas, se les recluye en secciones antes del Deporte.
Ejercicio number one: vivo bien. Como todos los días, tengo papel higiénico y si me duelen las muelas, ibuprofeno y paracetamol al canto. Para los dolores del alma, cada maestrillo tiene su librillo... Bolleré.
César, el romano, Napoleón, el franchute, y Felipe II, el gañán, vivían peor que un servidor, y eso que yo tengo una hipoteca y ellos disfrutaron de todo un imperio. Pero a los tres, la neuralgia del trigémino se la curaban con yerbajos y pócimas a base de sangre de palomo tuerto. Yo con un par de pastillas y un pinchazo de corticoides, logré disipar el dolor.
Me muevo, gracias a los coches, aviones, barcos, trenes, más rápido que ellos. En invierno disfruto de mejores ropajes. Bebo mejores brebajes para refrescarme en verano. Tengo cama, cisterna y mi esposa se depila las piernas. Uso desodorante. Si paso la gripe no muero. Mi vecino no es tuberculoso. Puedo hablar con mi hermano el londinense sin tener que usar una paloma, señales de humo, ni destrozar cuatro caballos al galope para cruzar Europa.
Vivir más y mejor que lo hacían los reyes, los emperadores y los grandes terratenientes de antes de la penicilina, es una razón más para sonreír incluso cuando el frío aprieta y la injusticia parece haber conquistado esta nuestra tierra. Más de media tierra, a día de hoy, no puede decir lo mismo. Casi todos los hombres de la historia, tampoco... suerte la mía, mayor que la del César.