El titular de nuevo nos remite a las redes sociales, a su particular vocabulario, un campo semántico donde germinan y crecen los anglicismos. Quienes hemos cumplido varios decenios utilizamos el término con el significado que conocemos, esto es, que influye, que goza de mucha influencia. Sin embargo, a los jóvenes, probablemente, se les escapa esta definición, a menos que lean esta voz para asociarla con
influencer, la suya, incluida en su lenguaje particular, quizás el único matiz que no llega a diferenciarlas, pero sí establece cierto límite en su evocación, la línea de una juventud perenne.
Desde que Internet se asienta en nuestra memoria, somos testigos de cómo estos influyentes se han dado a conocer, cómo han ido moldeando la fama que empezó a hacerlos brillar una vez a la semana en unos videos domésticos breves donde, como sabemos, citan marcas más o menos conocidas a una audiencia creciente, videos que no necesitan hacerse virales porque al compartirse se expanden, llegando a tener tal importancia que resultan imprescindibles en campañas puntuales, como promociones, rebajas y nuevas colecciones de ropa y productos de belleza, por ejemplo. Posiblemente no les paguen mucho, pero les compensan con cursos formativos, convocatorias para eventos y suministros de productos para su valoración.
Es un medio de vida nuevo, podría decirse, y algo estresante si la cuarentena ha rebasado la mitad del camino hacia el medio siglo. Estos videos pueden tener una duración media de unos diez minutos, si bien habrá hecho falta un día de trabajo para grabar y editar, además de la elaboración y ensayo de una escaleta, una vez probados los resultados del producto a promocionar. Por tanto, los influyentes o
influencers son un reclamo para los consumidores, llamados
followers o seguidores, que se cuentan por millones, una audiencia atenta a sus movimientos, a sus consejos, a su manera de combinar la ropa con el color del lápiz de labios, los zapatos o la corbata. Y de inmediato salta la chispa para iluminar el recuerdo de una chica joven que paseó por la calle Real con el pelo cortado como Gelu, aquella otra que ribeteó el cuello de su jersey con flecos parecidos al vestido de Salomé o aquel joven que guardó la cajetilla de cigarrillos en la boca de su calcetín de rombos. Disfrutaron de un momento esplendoroso, alargado hasta la vuelta a casa y al recuerdo por tiempo indefinido de quien se cruzó con ellos.
Fueron los nuestros, los que sacaron la moda, se decía. Los actuales ocupan diez minutos de visionado repetido y chivateado por el pulgar arriba. Igual,pero con términos en inglés. El recuerdo se actualiza.