James Joyce fue una invención de Ezra Pound: es al poeta norteamericano a quien corresponde el mérito en cuanto a la creación de las condiciones que hicieron posible al autor de
Ulises. No nos referimos, en principio, a los denodados esfuerzos de Pound para dar a conocer la escritura de Joyce, sino al hecho de haberla erigido como uno de los más significativos síntomas de la cultura occidental del siglo XX. El
Ulises se consagró como una de las mayores y estimulantes supersticiones literarias de una nueva era y ello produjo, en etapas posteriores, una larga serie de variadísimas consecuencias en el campo de la narrativa. La variedad se manifestó también, obviamente, en la calidad de los productos resultantes.
Todas las citas de Pound a propósito de Joyce proceden de Ezra Pound:
Sobre Joyce, Barral, Barcelona, 1971; edición y comentarios de Forrest Read (en inglés:
Pound / Joyce. The letters of Ezra Pound to James Joyce, with Pound's Essay's on Joyce, New Directions Publishing Co. - New York, 1970).
Por estar inscrita en el firmamento de las vanguardias, la figura de Joyce pertenece a ese espacio anfibológico situado, por definición, entre el hallazgo genial y el puro camelo. En cualquier caso, Ulises es un descollante edificio y un enorme archivo de posibilidades, muchas de las cuales continúan sin explotar. Sin duda, 1914-1924 fue la década de Joyce; y, para entonces, Pound era ya, en palabras de Wyndham Lewis, el "demonio propulsor pantécnico" que realizaba trascendentales descubrimientos gracias al prodigioso trabajo que llevaba a cabo con su propia poesía. Ambos eran escritores que orientaban sus rumbos hacia un horizonte épico: Pound (aparte de sus piezas de carácter lírico) lo hacía en
Los Cantos; Joyce fusionaba, en su prosa, el tremendismo de la epopeya y el fandango metapsíquico de la novela, obteniendo con ello un diseño anti-género que sería clave para la modernidad, al que Edmund Wilson (
El castillo de Axel, 1931) designaba como "una épica moderna del hombre ordinario".
Dublineses anuncia el
Ulises. Con la colección de relatos de 1914, afirma Pound, "la prosa inglesa alcanza a Flaubert". El creador de la Bovary es un referente inmediato del análisis: "Joyce (sigue diciendo
il cavaliere Pound) no procede de James (Henry), sino directamente de Flaubert e Ibsen". La prosa inglesa estaba sumida en el desconcierto, mientras que Joyce, con
Dublineses, "narra sus cuentos a través de enunciados precisos sobre cosas visibles o realizadas". Así mismo, Wilson refrenda que la indagación del irlandés está "inquebrantablemente fundada sobre bases naturalistas" y que
Ulises "ha sido ideado con lógica y documentado con exactitud hasta el mínimo detalle". Es extraño que, siendo todo esto tan nítido, hayan proliferado respecto a dicho libro absurdas descalificaciones que apuntaban a una construcción caótica; como cuando Richard Aldington dijo que
Ulises "representaba al caos caóticamente". Lo que por descontado impugna el texto cumbre de Joyce es el execrable vicio del sentimentalismo, ese hilo conductor presente en toda literatura cadavérica. Pound insistió con energía en este aspecto crucial: "Si algo cansa en esta vida es la escritura
artisticoide y amétrica; el derroche de ornamentación y melancolía sentimental". Por el contrario, en Joyce resaltaba "una dureza y una austeridad dignas
del costado de un motor; eficiente; afirmaciones claras, ni sombra de comentario, y detrás de eso un sentido de la belleza que jamás cae en el ornamentalismo".
La relación entre Joyce y Flaubert es esgrimida por Pound de forma algo obsesiva. Pero eso era parte de su protocolo de actuación: reiterar una y otra vez lo que para él eran convicciones inamovibles que, además, podían ser argumentadas y demostradas. Así, el objetivo estético de
Ulises coincidiría con el de
Bouvard y Pécuchet, pero Joyce lo habría logrado a través de un procedimiento más eficaz y de más duradera capacidad de proyección: "Joyce ha completado el gran inventario de la idiotez. En un sólo capítulo ha descargado todos los clichés de la lengua inglesa, como un diluvio ininterrumpido. En otro capítulo encierra toda la historia de la expresión verbal inglesa...", etc. Desde una perspectiva erótico-literaria, Joyce fue un desenfrenado onanista que se masturbaba el cerebro como si éste fuera una especie de carajo místico, tanto en el plano conceptual como en el plano del lenguaje, y nunca padeció de eyaculación precoz, ya que el proceso de tocamiento aplicado a las neuronas tendía al infinito.