Artur Mas se creyó que encarnaba al pueblo y le pidió que hablara dos años antes de lo que debía de hacerlo desde el convencimiento de que se ganaría un lugar en la historia. Ni en la peor de las pesadillas hubiera imaginado que el dictamen popular le iba a convertir en el mayor fracasado político de la esfera internacional, en el protagonista de un ridículo sin parangón. Si no dimite -que no lo parece- deberá luchar a brazo partido para controlar un Parlament que antes dominaba casi sin oposición. Y todo por meterse a independentista de salón, por tratar de ocultar bajo una estelada el fracaso de sus políticas.
El líder -o lo que sea- de CiU se ha erigido en agitador de la campaña de ERC, tradicional contrapeso de la mayoría conservadora catalana. Ha agitado tanto el fuego independentista que quienes creen en el discurso de la bandera han preferido el original a la copia. Sólo así se explica que quienes antes eran conservadores ahora pasen por progresistas de toda la vida. Mas ha llevado a tal extremo el sentimiento catalanista que sus propios votantes se han hecho republicanos de izquierdas temerosos de que su calentura fuera pasajera.
Ojo. Esto que le ha ocurrido a CiU le puede pasar a cualquiera que disfrace su propio discurso con el único objetivo de ganar la calle antes de que anochezca. Los socialistas llevan año y pico recibiendo castañazos cada vez que se celebran unas elecciones, casi tanto como el que han consumido tratando de reorientar su discurso. La experiencia democrática en España confirma que es el centro sociológico quien pone y quita gobiernos. Los de derechas votan a las derechas, y los de izquierdas a las izquierdas. Ya llueva o haga sol. Es el centro quien decide.
Virar hacia la izquierda no es la solución a tanto fracaso electoral porque no es más que prepararle el camino a aquellas formaciones políticas situadas más allá de tu izquierda, repetir en definitiva el error de Mas cuando hizo propio un discurso que no era el suyo. El candidato de CiU se ha ganado el lugar en la historia que no esperaba y, de paso, ha mostrado al PSOE cuál es el camino que no se debe tomar cuando se quiere contar con el respaldo mayoritario de la ciudadanía. Entre el original y la copia, la calle lo tiene claro.