Que aún en Sevilla, cercano ya a cumplirse un cuarto de siglo desde su desaparición, muchos sevillanos continúen sin saber quién fue su paisano el escritor Manuel Halcón (1900-1989), justifica sin más que hoy desde aquí nos ocupemos de él. Su obra encarna ante todo una auténtica visión de un mundo andaluz que fue periclitando para dejar paso a otro.
El campo de Andalucía es el principal soporte argumental -mucho más que un simple marco- de su obra. Muchas de sus mejores páginas abordan aspectos como el sufrimiento de muchos de sus habitantes ante el exceso de una Naturaleza sobrecogedora y grandiosa; sus incomodidades frente a la ciudad; la fecundidad de una tierra que pare frutos desde su matriz ofreciéndolos al hombre; la sensación de pisar la tierra con los botos; el toro; el caballo; la flora “que pone zócalo verde a los caseríos”. En este campo, por él y para él, van a vivir numerosas criaturas de sus narraciones como su primo Fernando Villalón en la biografía novelada que le dedicó, Bruno en Ir a más, Mary en Los pasos de Mary o Manuela en la novela del mismo título.
​En estas y otras narraciones la ciudad es el contrapunto ideal para el campo, que les sirve a los protagonistas para ir y venir de éste, para hacerse ver y para esconderse cuando están en la ruina. Sin embargo, Sevilla en la obra de Halcón es mucho más que un mero contrapunto de lo rural. Sabiendo muy bien que su poliédrica ciudad natal no se dejaría capturar en una sola novela, renunció a escribir una sobre Sevilla, fragmentándola y difuminándola en muchas de ellas, pareciéndonos que ahí radica el éxito de cómo fue esbozándonos su esencia a través de paseos como los de los protagonistas de Los Dueñas, de itinerarios indispensables en los que algunos personajes le toman el pulso a la ciudad como en Monólogo de una mujer fría o de ejemplares retratos de una galería de personajes sevillanos como el de un locuaz y sensato loco Amaro en uno de sus Cuentos del Buen Ánimo o el de la maternal dueña de un burdel en otro de ellos titulado La primera vez.
​Los personajes en que me parece que acierta más son los aristócratas y los femeninos, independientemente en los segundos de su condición social, como demuestran la burguesa Anita Peñalver en Monólogo de una mujer fría o la campesina Manuela, ya citada. Sin ninguna duda, cuando estos personajes aparecen en sus obras, éstas cobran altura.
Por su origen aristocrático -era hijo de marqués- se le consideró muchas veces alejado de la realidad de otros sectores de la sociedad. Sin ni siquiera entrar en la mayor o menor veracidad que a dicha consideración pudiera otorgársele, lo que nos parece realmente importante -y que tal vez muchos no le perdonaron por ser lo que más pudo doler- es que desde dentro de su clase social -porque nunca fue un desclasado- llevó a cabo una auténtica crítica de la misma. ¿Cómo si no explicar el valor y la calidad humana de un criado en alguna de sus novelas frente a un marqués o la arrogancia, soberbia o egoísmo denunciados de algunos de su clase?
Sin embargo, incluso cuando todo ello aparece en su obra, el novelista no deja de ser fiel a su raíz aristocrática, pues da la impresión de que cuando alguno de sus personajes confunde el poder con la explotación deja de ser un señor para convertirse en un falso señor. No en vano, la nobleza, cuando la ostenta alguna de sus criaturas de ficción de una manera auténtica siempre es aquello de lo que, por poseerse, no hace falta hablar.
Muchas veces algunos de los personajes que están caracterizados tan negativamente no dejan, no obstante, de poseer cualidades como la vitalidad, la fortaleza o la naturalidad, convirtiéndose en seres de ficción cargados de pasiones y contradictoriamente humanos. De ahí la razón de que no fuese un renegado de su clase y de que en sus novelas, sin apoyarla en todo, tampoco la denostara sin piedad.
El tratamiento de Sevilla, del campo andaluz, del mundo aristocrático y de la psicología femenina serán sin duda los principales aspectos que con el tiempo más perdurarán de su obra.