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Sábado 30/11/2024
 
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El sexo de los libros

Antonin Artaud: \'El teatro y su doble\'

Era una prodigiosa maquinaria superlativa y autosuficiente basada en la eficacia —por simultaneidad— de significados intercambiables...

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  • Cuaderno manuscrito de Artaud

En una carta dirigida a Peter Watson con fecha 27 de julio de 1946, Artaud decía lo siguiente: “Le repito, nunca pude vivir, pensar, dormir, hablar, comer, escribir. Y siempre escribí para decir que jamás hice nada, que no podía hacer nada, y que en realidad al hacer algo no hacía nada. Toda mi obra fue construida, y no podía ser de otro modo, sobre esta nada”. El dilema entre vida y escritura adquirió para Artaud la forma de un delirio de inmortalidad que prefiguraba la penúltima tentativa del absoluto concebible situado en el centro geométrico de su organismo. En sus textos más extremistas, su expresión lingüística corresponde ya —finalmente— a la de un cuerpo sin órganos.

A veces, el autor de El teatro y su doble sentía a su alrededor una innominada  fuerza activa y vigilante, como también llegó a percibir que la irrealidad y la conciencia iban a convertirse, de súbito, en materia tangible. Se ha especulado con la circunstancia de que aquello fuera una exótica variante de la fe religiosa y, en el fondo, una  escapatoria metafísica que, en su momento, se revelaría impracticable; pero es que Artaud, paralelamente, estaba desarrollando otras vías alternativas de pensamiento y contra-pensamiento.

Era una prodigiosa maquinaria superlativa y autosuficiente basada en la eficacia —por simultaneidad— de significados intercambiables sujetos a los  impulsos de una cólera patógena provocada por la constante y violenta indignación contra todo lo existente: eso que él llamaba “un estado de permanente fulminación” o el fuego en el que había ardido durante toda su existencia; es decir, un exorbitante abundancia de energía neurológica  insufrible; algo que Artaud, en ocasiones, identificó como un maleficio genérico: “El objeto de este maleficio es impedir una acción que he emprendido desde hace años y que consiste en salir de este mundo hediondo y acabar con este mundo hediondo”. Esta cita procede de una carta a Henri Parisot enviada desde el manicomio de Rodez el 17 de septiembre de 1945. Un fragmento de esta misma carta constituye un informe premonitorio en el que se vaticinaba con inaudita clarividencia la crisis mundial de civilización que, incubada a lo largo del siglo XX, ha eclosionado en la primera década del XXI como inauguración de la era de la ruina post-cuántica:    

“Las gentes son estúpidas. La literatura está vaciada. Ya no hay nada ni nadie, el alma está enferma, no hay más amor [1], ni siquiera odio, todos los cuerpos están saciados, las conciencias resignadas. Ya ni siquiera hay inquietud, que ha pasado al vacío de los huesos, no hay más que una inmensa satisfacción de inertes, de bueyes del alma, de siervos de la imbecilidad que los oprime y con la que no dejan de copular día y noche, de siervos tan chatos como esta carta donde trato de manifestar mi exasperación contra una vida llevada a cabo por una pandilla de insípidos que han querido imponer a todos su odio contra la poesía, su adhesión a la ineptitud burguesa en un mundo integralmente aburguesado, con todos los ronroneos verbales de los soviets, de la anarquía, del comunismo, del socialismo, del radicalismo, de las repúblicas, de las monarquías, de las iglesias, de los ritos, de los racionamientos, de los repartos, del mercado negro, de la resistencia”.

Artaud, que estuvo siempre obsesionado con el proyecto ilusorio de la  restitución de la unidad del ser, manifiesta en el conjunto de su obra tal grado de cohesión que estaríamos dispuestos a concluir que nos hallamos ante un sistema ontológico, pero eso no es sino una fantasía mística  derivada del consabido  teoricismo maníaco-emocional, porque Artaud es simétrico en su discontinuidad de sentido, en su intermitencia de éxtasis y —a pesar de todo— en su todavía no refutada anti-literatura. Según Jean-Marie Kellerman,  Wittgenstein erró al creer que el lenguaje disfraza el pensamiento (“Die Sprache verkleidet den Gedanken”. Tractatus, proposición 4.002) cuando lo cierto es que sucede justamente lo contrario.

 

 

[1] ¿No se estaría refiriendo al hamor? ¿a un hamor impuramente pohético?                

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