A principios del siglo XIX se descubrió que era falso el relato de la correspondencia escrita entre Jesucristo y el rey Abgaro de Edesa, a quien aquel supuestamente le había curado de una enfermedad, tal como documenta Eusebio de Cesarea en su Historia Eclesiástica, terminada de escribir hacia el año 326. Eusebio, nacido hacia el año 265 y fallecido hacia el 339, a quien se le conoce como el padre de la historia de la Iglesia y que fue el brazo derecho del emperador Constantino en el Concilio de Nicea, asegura que encontró la documentación de las hipotéticas cartas entre Jesucristo y Abgaro en la biblioteca de Odesa (Ucrania). Tal relato pasó por verdadero desde el siglo IV hasta el XVIII inclusive y es de suponer que quienquiera que no lo aceptase acreditaba ser culpable de herejía.
Demostrada la falsedad del relato de la correspondencia entre Jesucristo y el rey Abgaro de Edesa, es lógico deducir que también puede ser falso el resto de lo que Eusebio escribe en su Historia Eclesiástica, de cuyo contenido y de los llamados padres apostólicos y apologetas que en ella aparecen, así como de las persecuciones de cristianos, guarda completo silencio la historia seglar, excepción hecha de algunos personajes reales entremezclados con los que se estiman imaginarios. Los críticos, y con ellos muchos teólogos, están convencidos de que lo que Eusebio escribió sobre la historia de la Iglesia no fue más que una novela de ficción encajada entre algunos personajes de la vida real, así como entre varios sucesos históricos, todo para tratar de hacer pasar el relato como verídico. Es como si Cervantes nos hubiera largado el Quijote cual si fuera un libro histórico.
Resulta extraño que Eusebio ofrezca un listado ininterrumpido de padres apostólicos y apologetas desde finales del siglo I hasta el año 258, en que sitúa la muerte de Cipriano de Cartago, pero silencia a los apologetas habidos entre aproximadamente el año 225 y el 325. No se entiende que Eusebio de pronto se olvide de incluir en su listado a los padres que hubieran existido durante el último siglo antes de escribir su Historia Eclesiástica. De vivir alguno de ellos en el tiempo de Eusebio, ¿le tacharía de mentiroso?
Parece que a Eusebio no le convenía que en su tiempo estuviera vivo algún supuesto famoso padre apologeta, dado que lo que se traía entre manos no era más que pura ficción mediante la cual pretendía demostrar la sucesión eclesiástica de la iglesia de Roma a partir de los apóstoles. A tal fin, no solamente fabricó su Historia Eclesiástica, sino que también se evidencia que confeccionó hasta las cartas que presumiblemente escribieron los padres apostólicos, algunas de las cuales unos padres dirigían a otros que asimismo figuran en el listado eusebiano. En los escritos patrísticos varios padres se citan entre sí como si se conocieran, a pesar de las grandes distancias que los separaban.
Las famosas cartas de Ignacio de Antioquía, a quien según los escritos de Eusebio se le sitúa en tiempos del emperador Trajano, son muestra elocuente de la imposibilidad real de que una persona condenada a morir entre leones, como era Ignacio, y que recorría encadenado decenas de kilómetros, custodiado por soldados hasta su destino, Roma, se entretuviera en escribir cartas a diversas congregaciones cristianas, citando innumerables textos del Nuevo Testamento, dando así la impresión de que llevaba consigo un gran acopio de rollos neotestamentarios, tanto de los evangelios como de las epístolas paulinas. Difícilmente a un hombre condenado a muerte se le permitiría transportar toda una biblioteca y difícilmente tal persona tendría humor y energías para escribir tranquilamente, como si tal cosa.
Con respecto a las cartas de Ignacio de Antioquía, de quien nada menciona la historia seglar, ocurre algo extraño con ellas. Resulta que existen tres diferentes tipos de reseñas de las mismas, a saber, la recensión larga, descubierta en el siglo XVI, que consta de trece cartas; la recensión breve, descubierta en el siglo XVII, con tan solo siete cartas y que son las más conocidas (a los Efesios, a los Magnesianos, a los Tralianos, a los Romanos, a los Filadelfios, a los Esmirnianos y a Policarpo); y la recensión brevísima, descubierta en el siglo XIX, formada por únicamente tres cartas: a los Efesios, a los Romanos y a Policarpo, obispo de Esmirna.
Eusebio, amparado por el emperador romano, cuida al detalle que toda la supuesta evidencia histórica desde los apóstoles apunte concretamente a la Iglesia de Roma, fundada por Constantino, como si tal Iglesia fuese la continuadora de la obra apostólica. Este hecho resulta incongruente, ya que la que se considera como verdadera Iglesia radicaba en Jerusalén en tiempos de los apóstoles y, tras la destrucción de la ciudad en el año 70 por los romanos, puesto que los cristianos de Jerusalén huyeron a la zona de Pela, según cita el propio Eusebio, dicha Iglesia se entiende que continuaría sus funciones en la mencionada región y de ninguna manera en Roma. Cierto es que Pablo de Tarso predicó en Roma, según los relatos neotestamentarios; pero, puesto que la primacía se suponía que la ostentaba el apóstol Pedro y se especulaba que éste se había establecido en Roma -que de acuerdo con los escritos bíblicos jamás estuvo en Roma-, de ahí que Eusebio trazase la línea de sucesión eclesiástica a través de Pedro, cuando en realidad quien dirigía la Iglesia era Santiago, en Jerusalén.
Es patente que Eusebio de Cesarea trabajaba a las órdenes del emperador Constantino, de quien escribió su biografía panegírica, y parte de la misión que se le encomendó fue “investigar” qué individuos en particular sucedieron a los apóstoles, a fin de poder establecer la Iglesia romana como la vicaria del propio Cristo. Pero la “investigación” realizada por Eusebio resultó ser tan artificiosa como la correspondencia mantenida entre Jesucristo y el rey Abgaro de Odesa, relato que es el botón de muestra de la Historia Eclesiástica de Eusebio y de las cartas y escritos de los padres apostólicos y apologetas anteriores al Concilio de Nicea.