El último Consejo de Ministros ha puesto el Descanse en paz no sólo a la televisión pública estatal (TVE) sino a todos las empresas que de ella dependen para sobrevivir...
El último Consejo de Ministros ha puesto el Descanse en paz no sólo a la televisión pública estatal (TVE) sino a todos las empresas que de ella dependen para sobrevivir. Eliminar la publicidad de la televisión pública es condenarla a la nada; no contentos, han decidido prohibir también que compita por eventos deportivos y películas y, por si esto fuera poco, deberá incrementar su cuota (hasta el 6%) para apoyar al cine español, fomentar la emisión de debates parlamentarios y electorales e impulsar la programación infantil: un chollo. Para las privadas, claro.
¿Y quién va a pagar –quién dice este Gobierno socialista– que va a pagar a partir de septiembre los gastos de RTVE? Pues las cadenas privadas y los operadores telefónicos que ya han puesto el grito en el cielo preguntándose y preguntando qué tienen ellos que ver con esta guerra. Naturalmente, si todo sigue el plan del Gobierno, seremos los consumidores los que terminemos pagando esa televisión de calidad dispuesta a impulsar debates parlamentarios.
Tiempo habrá para dirimir la batalla económica; lo que me preocupa por razones personales y sociales, es el futuro no sólo de TVE. Ignoro si los ciudadanos saben que esa restricción de la publicidad va a incidir directamente no sólo en La Primera y La 2 sino, muy especialmente, en la cadena de TVE Internacional, en RNE que emite por 6 vías diferentes, de la misma forma que la medida repercutirá gravemente en la Orquesta y Coros de RTVE y no sé si aun sigue vigente el Instituto de RTVE.
Estas más que probables repercusiones las van a negar todos los responsables de esta decisión, pero ellos y todos los que estamos o hemos estado de alguna forma metidos en el laberinto de la vieja RTVE, sabemos que es el comienzo del fin, el cese por derribo controlado de la única fuente que la izquierda debería defender: la información pública frente a los intereses legítimos pero turbadores de la empresa privada.
Que la cadena pública y sus afluentes vivan ahora de la limosna, no es sólo inmoral sino absurdo. La calidad cuesta dinero y tener una presencia al menos digna en el mercado, te obliga a competir. Si no va a ser así lo mejor es echar el cierre cuando aun conservas el respeto y eres un referente aunque sea sentimental de la mayoría. Convertir RTVE en un zombi testimonial, a muchos nos daría vergüenza.