Si Miguel Ángel Asturias patentó el título de su novela El papa verde pronto recibirán derechos de autor sus herederos por la asiduidad con que denominará así la progresía a Francisco a cuenta de su encíclica Laudato si, la prueba definitiva para la izquierda de que el pontífice es uno de los suyos, como si la izquierda no tuviera pisos en primera línea de playa ni participara en cacerías, siquiera sea políticas.
La encíclica, según interpretan exegeta fiables, no sostiene la tesis del ecologismo radical, sino la del santo de Asís, porque los ecologistas pretenden que el ser humano trate a la naturaleza de usted, en tanto que il poverello propone el tuteo para lograr la fraternidad entre el hermano hombre y el hermano lobo.
El hecho de que exista naturaleza en los parterres aclara que es posible compatibilizar la acción del hombre con el respeto a la Creación, que es lo que siempre ha sostenido la Iglesia. Los Papas saben que el sicomoro es la opción de Zaqueo para ver a Jesús, pero no todo el mundo observa la arboleda desde una perspectiva teológica, de modo que hay quien ve en la madera una oportunidad de negocio, y, por el contrario, quien cree que la tierra sólo es del viento.
Francisco, por su parte, cree que es de Dios, en línea con sus antecesores, porque, hasta donde sé, los últimos pontífices también se han destacado por su amor al camino verde que va a la ermita. Benedicto pasea por senderos y reposta en fuentes, en tanto que a Juan Pablo II, consumado montañero, hay que agradecerle que promocionara con éxito la escalada del muro de Berlín por la cara oriental.
En España, la encíclica generará polémica porque aquí, con tal de potenciar la división, hay partidarios de Ortega y partidarios de Gasset. En mi caso, seguro que comulgo con ella, si bien puntualizo que apostar por la naturaleza también acarrea ciertos riesgos. No hay que olvidar que de una comida campestre, la foto de la tortilla, digerida por Zapatero, surge Podemos.