Que la salud es la materia más sensible para cualquier sociedad, resulta algo obvio...
Que la salud es la materia más sensible para cualquier sociedad, resulta algo obvio. Y lo es aun más cuanto más avanzado está el grupo social afectado por cualquier anomalía que busca y exige en sus sistemas de control la respuesta inmediata al problema. Ocurrió con las mal de las vacas locas o la gripe aviar.
Cada año ya sabemos que una nueva gripe –la gripe normal para entendernos pero distinta a la del año anterior porque no hay dos gripes iguales– se cierne sobre la población y las vacunas están dispuestas en las farmacias y se ofrecen gratuitamente en los centros de salud a la población de riesgo. Hay quien la pilla y hay quien se salva de esa semana de trancazo que te deja todo dolorido, sin ganas de nada, con algo de fiebre y, depende de la gripe que toque, con alguna otra incomodidad: vómitos, diarrea y casi siempre algún problema respiratorio menor que no nos debería llevar a los servicios de urgencia salvo en situaciones límites. Pero de pronto la globalización nos trae algo nuevo, a deshora, sin aviso: la que dimos en llamar “gripe porcina” y se disparan, como es natural, las alarmas. Tras los primeros casos, se ve que la cosa no es realmente, al menos por ahora, preocupante aunque se establecen los protocolos de rigor y se toman las medidas oportunas. ¿Qué ocurre entonces con la gripe A en España? Pues la verdad es que no demasiado pese a que los medios y los políticos -en plena crisis ambos– se agarren a un clavo ardiendo. No valoro en este suplemento actitudes políticas, pero el silencio o la ocultación es lo peor en estos casos. Pienso sinceramente que todo está controlado en la medida de lo posible y que no hay razones objetivas para la alarma. ¿Por qué entonces tanto titular y tanta refriega dialéctica? Sólo, creo, que por intereses. Pero si con las cosas de comer no se juega, las cosas de la salud –y me refiero también a un cierto miedo inducido– deberían ser sagradas para todos.