Viajar a Ghana desde Italia tras celebrar la cumbre del G-8 y reclamar gobiernos responsables es un ejercicio de cinismo de Obama
Hacerse una foto compungido en Cape Coast, centro de trata de esclavos desde donde los británicos enviaban a millones de negros a América, no supone más que una pose tras haber estado días atrás codo con codo decidiendo el dinero que se iba a destinar al Tercer Mundo. El presidente de EEUU, Barack Obama, no ha sabido calibrar correctamente los tiempos ni las declaraciones en su primera visita al África negra. Aterrizar y declarar que los gobiernos africanos deben ser más responsables es un ejercicio de cinismo porque en ese discurso de occidente sigue faltando el mea culpa de quienes han sumido al continente en cientos de años de pobreza y atraso. Occidente, especialmente Europa y Estados Unidos, tienen una deuda pendiente con África que nunca podrán saldar. Al menos, se podría esperar una disculpa pública de aquellos países que convirtieron a millones de personas en esclavos y que hundieron de tal forma al contienente que hubo que crear el término Tercer Mundo. Occidente no puede sentirse orgullosa de lo que ha construido. Igual que la Iglesia pidió perdón por los crímenes de la Inquisición, igual que Alemania tragó saliva tras las dos guerras mundiales y se disculpó con el pueblo judío, igual que se reclama que el Estado restituya el honor de las víctimas de la dictadura franquista, África se merece algo más que la hipocresía de los países ricos representada en el primer presidente negro de EEUU. Los pobres necesitan algo más que dinero, mucho más que el pescado, la caña y enseñarles a pescar. África necesita que los países desarrollados tengan la intención de sacarles del pozo en el que se encuentra, aunque sólo sea por compensar los siglos de colonialismo, explotación y expolio a que se vio sometido el continente por británicos, franceses, alemanes, holandeses, belgas, portugueses y un largo etcétera. Es vergonzoso que se idolatre a Obama, presuntamente más sensible con la opresión de los pueblos, cuando anima a los africanos a tomar las riendas de su destino después de cientos de años de saqueo occidental. Solos no pueden lograrlo.