En estos días en los que se debate la posible investidura de Pedro Sánchez como presidente de Gobierno, para la legislatura recién estrenada tras la cita con las urnas del pasado 28 de abril, no he podido evitar caer en la reflexión que voy a reseñar en las líneas que siguen y que creo debería tenerse presente para una justa valoración de la situación política actual, más lo sucedido para llegar hasta ella, aunque haya a quien no le guste.
Con lo que voy a apuntar a continuación no es que un servidor haya descubierto algo así como una nueva clase de pólvora, pero sí creo que es algo que se obvia y que merece que se recuerde.
En opinión de quien escribe, el actual presidente en funciones del Ejecutivo español y la dirección del PSOE salida del último congreso deberían estar dando gracias a aquella gestora que, hace ahora poco menos de tres años, tomó las riendas del partido y, en un gesto de sentido común, compromiso y responsabilidad, posibilitó que el entonces grupo parlamentario socialista en nuestra cámara baja optara por la abstención para evitar el bloqueo institucional y la celebración de unas terceras elecciones generales en menos de un año, escenario que habría sido perjudicial para la estabilidad del país y, por tanto, para los intereses de España.
Sí, Sánchez y compañía deberían reconocer públicamente, si es que no lo han hecho, cosa que ignoro, que si el PSOE hoy está donde está es porque entonces, allá por octubre de 2016, otros miembros de la organización, demostrando un loable sentido de estado y sacrificando su propio interés político personal, decidieron enfrentarse a aquella tan repetida como estúpida consigna del “No es no” –que, como todo buen mensaje propagandístico vacuo e irracional, tanto caló en la militancia– para permitir, muy a su pesar, la investidura de Rajoy. Aunque haya quien lo niegue, la realidad es que, con dicha decisión, se impidió, por un lado, el descalabro que para el Partido Socialista habría supuesto afrontar un nuevo proceso electoral –en el que, como vaticinaban todas las encuestas, la formación podría haber cosechado unos resultados más que desastrosos– y, por otro, se impidió también que la derecha lograra una holgada mayoría absoluta.
Merced a aquella abstención técnica –tan injustamente denostada desde las propias filas de la organización, en algunos casos con un cinismo de libro, y por la que algunos dirigentes y exdirigentes históricos y no históricos del PSOE pagaron un alto precio– los acontecimientos posteriores se pudieron desarrollar como se desarrollaron hasta derivar, finalmente, en la moción de censura que –de carambola– permitió la llegada de Pedro Sánchez a La Moncloa. De no haber sido así, seguro que en este momento estaríamos hablando de una situación completamente distinta. Es lo que tiene eso que llaman “el efecto mariposa”.
Dicho todo lo cual, no deja de ser curioso que, por una paradójica ironía del destino, aquellos que dentro de las filas socialistas hace tres años se oponían a que el grupo parlamentario del PSOE se abstuviera, para evitar la parálisis gubernamental que venía sufriéndose desde hacía meses, sean ahora quienes demandan a PP y C’s que hagan lo propio, para que Sánchez sea investido, cuando de todos es sabido que… de aquellos polvos, estos lodos…
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