‘Elisa y Marcela’ es un inteligente, lúdico y divertido juego teatral sobre un hecho tristísimo: la boda de dos lesbianas en 1901 en la iglesia de San Xurxo, en A Coruña, en la que una de ellas se hizo pasar por hombre -con el nombre de Mario-, y la posterior y feroz persecución a la que se vieron sometidas por la sociedad cuando se descubrió el engaño. La rocambolesca historia de amor entre aquellas dos mujeres, maestras en una escuela coruñesa, ha pasado casi desapercibida hasta que fue recuperada en un libro, y cuando el grupo A Panadería decidió llevarla al teatro -ahora la representan en el Teatro del Barrio de Madrid-. También Isabel Coixet rescató la peripecia de Elisa y Marcela en una reciente película.
Las actrices Areta Bolado, Noelia Castro y Ailén Kendelman cantan, bailan, usan técnicas de mimo, y pasan de escenas que recuerdan el cine mudo a otras de perfil de revista o music-hall, en un ejercicio interpretativo de primer orden, mientras se turnan para encarnar a Elisa, a Marcela, o a otros personajes de la historia. “Las lesbianas no son amiguitas, tienen sexo”, afirma una de las intérpretes. Y, efectivamente, hay varias escenas de sexo absurdas y de volumen risueño.
El espectáculo no tiene escenografía porque hay una permanente llamada a la imaginación del espectador en la descripción que formulan las actrices de los paisajes, como del entorno y del interior de la iglesia de San Xurxo o del estrambótico viaje hasta la localidad de Dumbría después del casamiento. El drama de la vida de aquellas dos mujeres, cuya pista se perdió cuando huyeron a Buenos Aires después de pasar varios años en la cárcel, se expone aquí en clave de comedia, ya está dicho. “Hacemos un humor de acupuntura, cuando te relajas, te pincha”, ha escrito la directora, Gena Baamonde. La obra, que ha conseguido ya varios galardones, deposita gran parte de su fuerza en la capacidad de sorprender. Pero hay sorpresas que decaen por repetidas: tal vez el intento de llegar a los 90 minutos convencionales de la mayoría de las obras teatrales perjudique a esta función de decidido matiz vanguardista. Sobresale el sensacional trabajo de las actrices y su capacidad de hacer luminosa una historia sombría aunque de perfiles heroicos, en un espectáculo reivindicativo sobre la dura aventura de lo que algún periódico de la época calificó de “matrimonio sin hombre”.