Arcos siente hoy la muerte de uno de sus poetas más sobresalientes. Antonio Hernández Ramírez, a la edad de 81 años, dijo adiós a este mundo en el gaditano hospital Puerta del Mar en la que sería su última mirada a la inmensidad del Atlántico, en la ciudad en que pasaba por norma sus vacaciones de verano. Rodeado de su esposa, Mari Luz, hijos y amigos, falleció –cuentan– recordando a su hermano Marcelino, muerto trágicamente en plena juventud, y rezando posiblemente a ese Dios que siendo niños se nos mete en el cuerpo y con cuya existencia bregamos en la vida como ‘La gran duda’ que es. La enfermedad que aniquila la memoria, de la que incluso se cuestionó si en realidad es “la inteligencia de los tontos”, se llevó al Premio Nacional de Poesía que un día sentenció: “Si no lo expliqué bien, vuelvo a decirlo./ Cuando me muera quiero que me quemen/ y arrojen mis cenizas por la Peña de Arcos./ De esa manera iré a parar al río/ donde bañé mi infancia y mi juventud/ purificándolas de mis muchos errores./ Algún vencejo o algún alcaraván/ me acogerá en sus alas. Incluso algún jilguero/ o un dulce chamariz al picar en las frutas/ del Llano de las Huertas/ añadirá a su canto algún secreto mío,/ su inédita sustancia. Y será el canto suave/ al que apenas la vida me dio opción./ Nada de preces, nada de misereres./ Quiero que se haga todo con discreta ternura./ Y si alguien no quiere reprimir un sollozo/ que piense cómo todo, hasta la primavera/ contiene su naufragio, y que tendré la suerte/ del aire que se integra en la belleza de Arcos/ con naturalidad, anónimo. Y eterno”.
He aquí el testamento lírico y vital del autor de casi medio centenar de libros de poesía y narrativa, articulista, crítico, conferenciante, ensayista... Creador del reconocidísimo ‘Nueva York después de muerto’ o de ‘El mar es una tarde con campanas’ que ahora cumpliría 60 años…, su torrente poético ha marcado una obra traducida a más de un docena de idiomas, entre ellos el árabe. En su currículum figurarán, además, premios como el ‘Nacional de la Crítica’, el del Centenario del ‘Círculo de Bellas Artes’, ‘Adonáis’, el de las ‘Artes Andaluzas’, ‘Letras Españolas’, ‘Teresa de Ávila’ y un largo etcétera del que, como la mayoría, solía estar la mar de orgulloso. No es para menos.
Afincado en Madrid desde su juventud, Antonio Hernández es en Arcos ‘El Noni’, el apodo que recibió de joven y al que apelan sus amistades de entonces; el cariñoso sobrenombre por el que se le recordará también en esta ciudad que lo nombró, como máximo reconocimiento, Hijo Predilecto en 1999. Sin embargo, nunca se sintió del todo reconocido, posiblemente por la rabieta que le ocasionaba ver colaboraciones frecuentes de otros poetas en la prensa local, o por el distanciamiento generacional. O incluso –dijo en cierta ocasión– por ideología política. O tal vez por pura rebeldía, pues fue un ser rebelde en esencia al que maltrató una vida que al tiempo lo agració con los dones del amor y el respeto. No obstante, el semanario ‘Viva Arcos’ le dedicaba no hace aún un año toda una serie sobre su perfil literario y humano firmada por otros escritores; iniciativa, una vez más, del también poeta Pedro Sevilla que bien merecería la publicación –arrojamos el guante– de una tacada en forma de libro.
Antonio Hernández encontraba a menudo un momento para volver a Arcos, a veces luctuoso, para ver a un sobrino, a un amigo… Y dolerle –decía– cómo el paisaje urbano cambiaba rápidamente aunque su peña continuara donde siempre.
Hágase su voluntad y descanse en paz.