“ Si yo pudiera unirme en vuelo de palomas y atravesando lomas, dejar mi pueblo atrás…”, dijo Antonio Machado en uno de sus poemas.
Una mirada, la del poeta, que no deja indiferente a quien con acertada sensibilidad acude a sus escritos modernistas primero, e intimistas después. Joven representante de la Generación del 98 comprometido con la renovación y distinguido alumno de la ILE (Institución Libre de Enseñanza), quien junto a intelectuales de la talla de José Ortega y Gasset, Ramón y Cajal o el mismísimo Joaquín Sorolla entre otros, supieron defender en tiempos revueltos la laicidad en la enseñanza o la supresión de la orientación dogmática en las áreas moral y política de una época.
Si ya lo decía el poeta, en cuyos textos de meridiana claridad, cercanos, casi respirados por el lector a través de evocadoras imágenes entre limoneros, o en su patio de Sevilla, o en las estepas de Castilla, o frente al Mar,… qué no podemos decir – otra vez – ante el evasivo perfil de aquellos jóvenes que miran hacia atrás, hacia su tierra, para de alguna forma acabar como aquél, en un temporal destierro buscando su presente y aún quizás un futuro mejor.
Los hay, los conocemos, nos lo han dicho… ¡se van!
Muchos de ellos han estudiado, facultándose en materias cuya especificación o ramas del conocimiento forman parte del elenco de atribuciones profesionales requeridas hoy día en una sociedad moderna y que sin embargo no tienen sitio en nuestro país.
Otros, sin estudios específicos, pero con el mismo ánimo de superación, tan digno como los anteriores y que también tienen su sitio en el amplísimo espectro laboral, se ven conminados a recorrer la senda de muchos de sus abuelos en aquellos años tercos y totalitarios que todos, incluso ellos, quieren dejar atrás definitivamente.
Esto no es un juego. Es condición humana. Todo lo es. Desde el saludo a nuestros temores, frustraciones, complejos y reticencias hasta perder lo insidiosamente ganado, privando en ocasiones del derecho a permanecer a quienes eligen pertenecer al sitio donde han nacido y en donde se han forjado sus primeros sueños, acompañados de sus primeras amistades en comunión con el núcleo donde se criaron.
“Escapad gente tierna, que esta tierra está enferma…” continuaba el poeta, como reconociendo y reconociéndose en un grito de desesperanza ante la ignominia de quienes, salvando la patria, la hundían otra vez en el oscurantismo de la prebenda. Y no cabe duda que algo de eso hay cuando aquellos que conocemos y que se van después de haber vuelto, no han conseguido encontrar su sitio entre los suyos. Precisamente los que ahora vienen reclamando “lo nuestro”.
Hay miradas y miradas. Algunas, expectantes, buscan un recoveco donde alojar todas sus ilusiones, la alegría de vivir, su sonrisa y conocimientos, enamoradas de aquellos altos y bajos, cuestas, rincones, antiguas piedras y construcciones cuyos orígenes se pierden en el tiempo y cuyo horizonte y progreso lo sienten como suyo. Otras, por el contrario, se mantienen al margen, casi “ocultas tras los visillos a ese hombre y mujer joven…” que aún tiernos para el amor nunca supieron comprender, porque eran diferentes, respiraban aire nuevo y se entretenían mirando al mar aún en su ausencia.
Hoy, se nos queda la mirada clara, firme, ansiosa en la corrección, expectante y sincera de quien en repetidas ocasiones nos han demostrado con su actitud la distancia que existe entre una y otra realidad. Y sin embardo la segunda, la otra mirada, la tozudez vuelve a imperar.
El contrasentido no tiene parangón. Aquella mirada no acabará de comprender qué está pasando en su ciudad, en su pueblo, en su lugar de origen, en su país. No entiende por qué le lanzaron, se lanzó o simplemente guiado por su tendencia natural, empleó años de su vida en la absorción de conocimientos, en estudios prolongados de afanosos madrugones o noches en vela de futuros prometedores que nunca llegan.
Si fuera verdad que la cara es el espejo del alma y en los ojos se encierra su espíritu, es casi obligado recurrir a su mirada y volver la vista a nuestra sociedad, para no tener que acabar como el poeta, cogiendo “tu mula, tu hembra y tu arreo, siguiendo el camino del pueblo hebreo hacia otra luna” para pensar que “quizá mañana sonría la fortuna”.
En los vetustos ojos de aquel que pasó desapercibido, se encuentra una profunda verdad, sin la que no podremos nunca anunciar un futuro de esperanza.
A la mirada de todos los jóvenes.