“No sabría elegir un solo momento de entre tantos. Me viene a la cabeza ahora una mujer joven a la que se intervino este año, que llevaba casi un año con una fractura abierta en muslo por traumatismo y tenía un tercio de fémur fuera del muslo. En otra ocasión, nos vimos en la tesitura de operar a un niño que fue empalado con una horquilla de un tirachinas (del tamaño de una “mano”), y que cada año acude a la misión a visitarnos, nos abraza y quiere a todo EN el equipo. Este niño vive a unos 80 km de nosotros pero con unas carreteras que no se puede correr a mas de 10 ó 15 Km/h. Pacientes operados de cataratas que acuden a consulta con su lazarillo porque están totalmente ciegos, las cataratas del tamaño de una lenteja, y cuando acuden al día siguiente a consulta y tras quitarle el apósito y ven, saltan de alegría diciendo que Dios ha bajado del cielo, que ha sido un milagro, los oftalmólogos son como dioses para ellos...
Lo que más nos llena de esta experiencia es que aunque estemos todo el día trabajando, desde que amanece hasta que siendo ya de noche terminamos todas las intervenciones programadas para ese día, y las urgencias que nos van llegando… A pesar del cansancio, siempre decimos que más recibimos nosotros de ellos, sabemos valorar más las cosas y nos hace más humanos. Siempre nos dicen hasta “anne prochain” y que no faltemos”.
Con estas palabras explica Alonso su vivencia. Breves, pero contundentes y llenas de amor.
En la isla de Madagascar está Faranfangana, capital de una región que cuenta con 1.200.000 habitantes y donde sólo existe para su atención médica un cirujano y 60 médicos generales. Pero no sólo hay falta de ‘mano de obra’, también los medios para poder desplazarse desde sus lugares de residencia en el campo hasta el único hospital público que existe hacen que se necesiten cuatro días para cubrir la ruta.
La pobreza es otro de los males de la gente de este lugar. Los tratamientos en el hospital público tienen que pagarse y la mayoría de la población no tiene opciones para recibir asistencia.
Pero aún existe la luz. Gracias a la labor de las Hermanas de la Caridad de San Vicente de Paúl, que llevan allí desde 1902, que tenían una pequeña leprosería, y a los integrantes de la Asociación Andaluza de Cooperación Sanitaria. Desde hace poco más de diez años, la vida da a los habitantes de Faranfangana otra oportunidad. En la leprosería se atendía por parte de las monjas a la población afectada por lepra, tuberculosis, malaria o desnutrición. Esta comunidad religiosa les ofrece enseñanzas relacionadas con la formación, el trabajo del hogar, el cuidado de los niños pequeños, o técnicas de cultivo.
Ese rayo de esperanza llegó en 2005, cuando uno de los miembros de la directiva de la asociación viajaba a Madagascar con un equipo médico para atender sanitariamente la zona y examinar el panorama. Junto un año después desde el hospital Puerta del Mar de Cádiz partían para Madagascar: anestesistas, ginecólogas, cirujanos ortopédicos, pediatras y enfermeros.
Ahora, diez años más tarde, la pequeña leprosería se ha convertido en una clínica, gracias a la labor de recaudación de esta ONG y de las donaciones privadas, así como la colaboración de los hospitales. “Hacemos distintas actividades; vendemos papeletas, hacemos sorteos, galas benéficas…”, así lo explicaba Marta Medina, como portavoz de la asociación.
En la zona aún quedan algunos núcleos con lepra, de ahí que se haya realizado una importante campaña a través del ortopedista que ha facilitado las prótesis a quienes carecían de extremidades”. Estas personas son tratadas de manera muy digna “y no les falta ni gloria para encontrarse entre calamidades”.
La labor de la asociación va desde llegar con personal sanitario hasta proveerles de material y recursos para hacer frente a las curas o a las intervenciones. “Allí parece que no pasa el tiempo”, decía uno de los representantes de la ONG. En esta ocasión han organizado el festival ‘Cádiz Solidaria’, para el próximo sábado en el Baluarte de la Candelaria. La idea es que con la recaudación obtenida se pueda comprar un “respirador porque todas las intervenciones que se realizan con anestesia general, la ventilación del paciente la hacen los anestesistas de manera manual. También se comprará material quirúrgico como gasas, desinfectantes o antinflamatorios.
La mayoría del personal que participa en el proyecto Madagascar procede de la provincia de Cádiz. Suelen ir equipos de entre 13 y 14 personas, que llevan una media de 14.000 consultas, así como se practican entre tres y cinco mil cirugías de todo tipo.
Jornadas intensas
El trabajo en esta clínica tiene una duración de medio mes, a los que se suman ocho días para salir y entrar en Faranfangana. La máquina se pone al cien por cien y cuentan con el apoyo de las monjas, que hacen un primer filtro, para ver las necesidades que existen para cada campaña.
Esta asociación que trabaja a corto plazo tiene las miras puestas en el futuro. Pretenden con su labor
que los más jóvenes de la población se formen como enfermeros o matronas para ir dando pasos en esa asistencia médica necesaria para la población de Madagascar. Por ello, con el apoyo de la comunidad religiosa, participan en el apadrinamiento de los menores con 50 euros al año, a través de los cuales los más pequeños tienen “derecho a matrícula, material, uniformes y una comida al día. Queremos tener continuidad en el futuro, que puedan gestionarse solos la atención sanitaria porque ninguno somos imprescindibles, y así damos cada año un salto de calidad”.
En esta ocasión, gracias al trabajo de estos gaditanos y de la Asociación Andaluza de Cooperación Sanitaria el futuro se tiñe de verde, a pesar de que el presente aún tenga tantos trazos en color negro.
Madagascar sigue estando en sus vidas, en sus corazones, en su labor profesional, y ahora es el propio gaditano el que puede ayudar a diseñar ese futuro alentador, el que puede propiciar que mejoren las condiciones de vida de cientos de familias.