Si se adentra en algún momento en el
West-end londinense o se desvía por una de las callejuelas de
Charing Cross, se topará con el
teatro Ambassador y con el luminoso que preside su fachada, en el que aparece en letras de neón el título de la obra que se representa allí de forma ininterrumpida desde hace 70 años:
The mousetrap (La ratonera), de Agatha Christie. De hecho, se ha convertido en uno de los atractivos turísticos de la capital británica, y es asimismo el punto de partida de
Mira cómo corren, una pretendida original comedia de misterio que naufraga en su intento de parecer divertida bajo la esencia del whodunit, pero que sobresale con un interesante discurso metacinematográfico a partir de la curiosa incursión de la ficción dentro de otra ficción.
La película se remonta al año 1953 y toma como escenario de fondo el propio teatro Ambassador, donde la obra lleva representándose con éxito desde hace casi un año. Un productor ha adquirido los derechos para llevarla al cine y ha contratado a un célebre guionista y a un popular director de Hollywood para empezar a trabajar en el proyecto. Sin embargo, todo se tuerce cuando en medio de una fiesta, en el interior del propio teatro, aparece el cadáver del cineasta. Es entonces cuando entran en escena un triste inspector de Scotland Yard (
Sam Rockwell) y su aplicada ayudante, a la que da vida una excelente
Saoirse Ronan, encargados de resolver el crimen de entre los responsables de la célebre obra teatral, famosa por el crimen que centra la trama y que culmina con una petición a los espectadores para que no desvelen el nombre del asesino.
Es entonces cuando se inicia el juego de la ficción dentro de otra ficción, con la presencia de la propia Agatha Christie, en cuya mansión se dan cita policías y sospechosos de cara a la resolución final del caso. Y es ahí donde crece el interés de la película, en ese constante paralelismo entre lo que es y no ficción, e incluso entre la apropiación o reinterpretación de un texto original para dar lugar a una nueva creación, resuelta con un acelerado e inteligente desenlace. El problema es que para llegar ahí, lo que se supone divertido y paródico apenas queda en el intento -incluso el tono, casi una imitación al de algunos títulos de
Wes Anderson-, a causa de un guion falto del suficiente talento cómico para potenciar las posibilidades de la historia y de los personajes, solo aprovechado en el caso de Ronan.