Momo se presentó con una despedida: “gaditanas y gaditanos, esto se acaba. Y cuando digo que se acaba me refiero al carnaval y tal vez, también, a este autor que ya en la fiesta es más pasado que futuro”. Estas fueron las primeras palabras del pregón de Antonio Rivas, un Dios Momo con una trayectoria de más de tres décadas en este veneno del carnaval. Le precedió su propio hijo, encargado de acogerlo en las tablas. Ya en escena entonó una letra junto a la orquesta Caballati y un popurrí de estribillos. Su pregón —que comenzó un poco más tarde de lo previsto— fue un repaso por todos esos febreros que guarda en su memoria, por todos esos amigos que se encontró en el camino. Fue en el año 1982 cuando comenzó su andadura como autor con la comparsa juvenil ‘Añoranzas de mi tierra’. Dos años después se animaría a ser componente en la chirigota ‘TBO’, que también contó con su autoría.
“Porque todo empieza y todo acaba. Y si algo se acaba es porque empezó un bendito día. Cada cual, tuvo ese día en que Momo, el Dios de la burla y las bromas vino a visitarlo. A mí me visitó de niño cuando me asomaba a mi balcón en la calle San Rafael”. Pronunciaba estas palabras casi entre lágrimas de emoción. Así recordaba Rivas sus primeros años y también a sus primeros compañeros. Manolo Guerrero Caramé, Carmen Rodríguez, los hermanos Lucia o Angelín Iglesias. Nostalgias a las que acompañaron los tanguillos de Sergio Monroy al piano de fondo. Porque aunque empezara con comparsas y chirigotas, pronto le llamó el son inconfundible de una falseta. “Momo tenía otro destino para este chaval. Me enseñó una bandurria y ahora sí, como Ulises me amarré a un mástil, al de sus seis cuerdas pareadas”. Le seguirían treinta y tres coros.
Recordando y recordando, el coro de Adela del Moral (con quien empezó en la modalidad), interpretó para la plaza de San Antonio el tango de ‘La viudita Naviera’ (1986) y la presentación de ‘Watussi’ (1987). En este hilo, Momo aprovechaba para hacer referencia a la inclusión de la mujer en la fiesta: “que nadie nos hable a nosotros de la integración de la mujer en el carnaval, nadie. Que hace más de treinta años las mujeres cantaban con los hombres, que hace más de treinta años las mujeres consiguieron ganarle a los hombres cantando, y no una vez sino dos veces. Será que el Gran Momo así lo quiso”.
De las teclas del piano empezaron a desprenderse las notas del pasodoble de ‘Los gladiadores de la Caleta’. Tiempo para la chirigota, tiempo de regreso. Porque veinte años no es nada, y ese fue el tiempo que tardó la maza y el pellejo en volver a llamarlo. ‘La Vieja Trova Viñera’, ‘Los Funcionarios’, ‘De la India Misteriosa: los Eduardos’, ‘Los Gladiadores de la Caleta’ y ‘El Código Da Viñi’. Recordaba el autor su tándem con Manolín Gálvez, quien no pudo pasar por las tablas por motivos personales pero sí que lo hizo su grupo para cantar un pasodoble de los Eduardos y el ya mítico “Tratarataratará, traratrataratará le dijo el pito y la caja” de los gladiadores.
Tras los compases chirigoteros llegó la hora de la comparsa, el primero de los amores de Antonio Rivas. “No tocaba aún el fuego de quemarse sino el de seguir creando ¿Vámonos a la comparsa? Po vámonos pal Puerto. Del Puerto a Cai y de Cai al Puerto, a calentar ese Teatro de nuestros sueños”. Y así fue como los pasodobles de ‘Medio siglo’ y ‘Un país llamado Cádiz’ sonaron en la plaza de las voces de la actual comparsa de Pepito Martínez, ‘Músicos sin frontera’. Llamaba la atención ver al propio Martínez a la guitarra.
Y volvió a haber mención para la mujer. Esta vez acompañado por Carmen Jiménez Barea, otra ‘envenená’. “A nosotros nos tocó acostumbrar a la afición al timbre peculiar de las mujeres”, rezaba en su pregón. “Le metimos fuego al machismo y hoy todo el mundo aprecia su sensibilidad, su manera de hacer suyas las coplas”. Sonó entonces el pasodoble de ‘Llámame Jesús’ y San Antonio estremeció.
“Y entre chirigotas, comparsas y algún cuarteto el Gran Momo me decía: Antonio, no dejes los coros”. No podía faltar el grupo de Julio Pardo, aunque en este concurso se desligara de él como letrista después de veintisiete años de tándem. Concretamente desde que sacaran en 1992 'Guanahaní'. “Dios momo nunca me apartó del tango, por mucho que me sedujera con otras modalidades ¿Y quién podría dejarlo, si se me cruzó en el camino Julio Pardo?”. Fue noche de carnaval, fue noche de papelillos, fue noche de vino y de guasa, de pasodobles y de estribillos. Sonó la presentación de ‘La tienda de la cabra’ (1993), y le siguió el tango de ‘Don Taratachín’ (2018). Agradeció a Julio “por tantos amigos como conseguí contigo”.
“Pero también conseguí amigos de otras partes, este Gran Momo tiene amigos en todos lados. Pero tengo especial predilección por los de un carnaval hermano, el de Santa Cruz de Tenerife. Un carnaval que nació del nuestro, de unos gaditanos marineros embarcados hace más de un siglo, que salieron por sus calles a cantar de esa historia nació esa maravilla de carnaval”. Entonces sonó en una de las pantallas la canción ‘Cadirife’, “una especie de himno de hermanamiento” entre ambas ciudades. Palabras de agradecimiento y saludos para Momo también desde la isla.
Así fue llegando a su fin el pregón de Antonio. Un pregón autobiográfico, cargado más de Rivas que de Momo. “Hay vida después del martes de carnaval... Pido perdón si alguna vez hice daño a alguien con alguna copla como yo perdoné a los que ni siquiera me lo pidieron; me voy sin más enemigos que los que quieran serlo me quedo con lo bueno y lo malo lo echo al fuego. Los que quieran seguir siendo mis enemigos que el fuego los abrase que sepan que viví, vencí, y fui feliz. Cádiz toca el final no si antes entonar una vez más amigos para siempre, si te gusta el carnaval”.
Parecía que no quería arder, ya que costó que prendieran las llamas en Momo. No cabe duda de que realmente se negaba a darle paso a Doña Cuaresma. Disfrutaremos de lo que queda de este carnaval ‘clandestino’. Y del carnaval chiquito, que en Cádiz a
jartibles no hay quien nos gane.