Sonidos de arrastre de espartos y cadenas, silencio en las calles, cirios apagados, negrura de luto.
Sonidos de arrastre de espartos y cadenas, silencio en las calles, cirios apagados, negrura de luto. Sólo el rugir de las hojas de los árboles, agitadas por el viento, nos recordaba que Nuestro Padre Jesús de los Afligidos estaba llegando. Simón de Cirene le aliviaba del Calvario del peso de la Cruz y el Señor, sosteniéndola sobre su hombro bendito, sentía la compañía de aquel. Juan Luis Gutiérrez y José María Fernández, sabiendo que Jesús sufría por nuestros pecados, no dejaban de atender a las andas para hacer más leve su discurrir.
Tras los ciriales apagados por el capricho del viento de levante, la Madre del Redentor, María Santísima del Rosario, hacía su aparición envuelta en su palio de cajón mientras se oía ‘Cristo en la Alcazaba’, marcha fúnebre de Fulgencio Morón. Ignacio Pérez y Gabriel Heredia daban las indicaciones a los costaleros que, un año más, volvieron a esforzarse bajo el dintel de la coqueta capilla del Hospital de San Juan de Dios.
Silencio negro, seriedad y recogimiento, paz interior que se encaminaba hacia su Estación de Penitencia.