Estaba a punto de escribir sobre el penúltimo capítulo del serial Las Torres de Repsol, cuando me llega la noticia que la mesa de contratación del Ayuntamiento ha decidido suspender la adjudicación, a la espera de resolver el recurso judicial. La serie que, seguro alcanzará en su día un gran éxito de audiencia, comienza cuando durante la posguerra se deciden expropiar por un supuesto interés general unos suelos a una familia para el uso de una de las principales empresas oligárquicas del régimen. Por entonces nadie podía negarse ante aquellos mandatos a riesgo de ser encarcelado o cosa peor. Con la llegada de la democracia y el desmantelamiento de los depósitos, se planificó, manteniendo el criterio del bien común que aquellos suelos fueran destinados a un parque para uso y disfrute de una población del entorno hacinada en colmenas de los sesenta y desprovistas de zonas verdes. Devueltos en base a tan benefactor propósito, la propiedad de aquellos terrenos se concedió a la ciudad. Tras un período en el que había que descontaminar los suelos, aparecieron nuevos dirigentes a la par que la burbuja inmobiliaria animaba a los ayuntamientos a hacer caja de cada metro cuadrado disponible, y así estos terrenos tan estratégicamente situados se les otorgó en bandeja de plata a unas inmobiliarias de dudoso pelaje, que acabaron por ser absorbidas por el Banco Malo.
Desde entonces decenas de infografías y maquetas nos han mostrado una de las mayores quimeras de la historia de la arquitectura, tales como edificios de gran altura que se sostienen sobre una base que tiene la anchura de dos carriles de la avenida cercana. Mientras tanto, como aquella muralla que quería construir Quilapayum, fueron llegando más manos para plantar allí un Bosque, abriendo la muralla al mirto y a la yerbabuena, y cerrándola al diente de la serpiente especuladora. Desconocemos que final estarán preparando los distintos grupos de guionista. Mientras tanto el regidor traza esta frase lapidaria, que acabe como acabe el serial debería colocarse en el frontispicio de entrada: las torres de Repsol ahorrarán más contaminación de la que absorberían los árboles del Bosque Urbano. Para ello utiliza un burdo silogismo cargado, desde la óptica de la lógica, de falacias de falsa inconsistencia, es decir describe una situación donde hay una equivalencia aparentemente lógica, pero en realidad no hay ninguna. Hacerse trampas en el solitario es de necios, pero lo son aun más los que aplauden tan pírricas victorias.