El pasado domingo, cuando la huelga de la basura apenas había consumido sus primeras 48 horas, un informativo nacional de televisión ofrecía el primer reportaje sobre el conflicto. Todavía entonces era difícil encontrar contenedores atestados y bolsas acumuladas en las aceras, sin embargo la cámara aprovechó los planos cortos, rebuscó entre las calles hasta encontrar algún rincón llamativo y salió al paso de algunos viandantes a los que preguntó su opinión sobre la huelga, de los que obtuvo la más natural de las respuestas -la misma que habríamos dado usted y yo-. Todo muy revelador, sobre todo si no vives en Jerez.
No era La Sexta, porque habrían comenzado la información apuntando que en Jerez gobierna el PP, pero sí un canal que no le va a la zaga, y que este viernes tomaba de nuevo a la ciudad como referencia para describir el caso de una familia que vive de okupa y apenas dispone de seis euros diarios para darle de comer a sus cuatro hijos pequeños -al menos, nos mostraron que no ocurre solo aquí, aunque la caprichosa preselección decidiera tenernos en cuenta-.
Y hoy será una revista dominical de tirada nacional la que dedique su gran reportaje de portada a Jerez, como ejemplo de ciudad castigada por el derroche y la crisis, para así terminar de suceder a Marbella en el escalafón mediático, con la diferencia de que aquí las bolsas de basura que guardamos en casa están llenas de desperdicios, no de dinero, con tal de no afear más de la cuenta el aspecto del vecindario, al menos hasta que el olor se hace desagradable.
No es que se dediquen a falsear la realidad, ni mucho menos, pero empieza a cansar que no parezcan encontrar fuente de inspiración en otro sitio, algo a lo que, por cierto, tampoco ayuda que la alternativa catódica para Jerez pase por acudir a Intereconomía, donde se dedicaron a tocarle las palmas a la alcaldesa con la coartada de la herencia y las anécdotas provincianas de los primos hermanos. La realidad es la que es y la herencia fue la que fue, pero el hecho de que unas cadenas apuesten por la primera y una en concreto por la segunda, hacen inevitable que haya quien tienda a desempolvar fantasmas, a atar cabos y a entender la posición estratégico-política de Jerez como para dar sentido a una ficción que puede no encontrarse tan alejada de la realidad.
El problema es que esa realidad también se encuentra cada vez más lejos de la que el PP prometió en la campaña electoral. Ni se han acabado los problemas económicos, ni se ha puesto fin a los conflictos con las concesionarias, ni apuestas tan decisivas como la ruptura del acuerdo con Diputación o la venta del agua han fructificado como se esperaba, y la crisis, por lo demás, nos ha acostumbrado a buscar culpables, incluso a localizarlos de inmediato, sobre todo si tienen responsabilidades de gobierno, aunque con eso no hagamos más que simplificar las cosas.
Hasta el italiano Mateo Garrone -director de Gomorra-, que se las ha tenido con el gobierno de su país, ha reconocido esta semana en España que “echar la culpa a Berlusconi es simplista”. “La culpa es de todos”, ha sentenciado, aunque sin especificar si “todos” se darán por aludidos. Aquí, en Jerez, sería difícil.
Mientras tanto, intento cumplir con mis obligaciones como ciudadano, aunque ahora mismo pasen por pagar un servicio que no me prestan, y esta misma noche he sacado la basura siguiendo las indicaciones del bando municipal, a la espera de que los servicios mínimos de los que nos privó la Junta durante varios días puedan cumplir en parte con los contenedores de mi calle, pero a la espera también de que el Ayuntamiento se implique de una vez en la negociación entre empresa y trabajadores, que tanto le compete, por mucho que insista en quedarse al margen.
Lo único que tengo claro es que cuanto más se prolongue la espera, más opciones tendremos de encontrarnos cada día con ese Jerez de los conflictos tan asiduo al telediario, donde puede que algún día también tengan cabida los actos del Día del Enoturismo o la Semana Internacional de Flamenco, a no ser que el Xerez obre antes el milagro de un nuevo ascenso con Esteban. Cuestión de prioridades, casi como ocurre ahora con la basura.