Las bodegas del mosto de Gibraleón

Publicado: 29/05/2024
Autor

Andi Koetxea

He publicado los libros “Huelva choquera y tabernera” (2021) y “Sevilla, la ilustre taberna” (2023), "Huelva choquera y tabernera II volumen" (2024) y "El Rompido 77. Los niños salvajes" (2024). Los bares y las tascas son la excusa perfecta para sumergirme en la antropología de la vida cotidiana

Querida taberna

Cerca del mostrador de bares y tabernas pasan cosas, y algunas muy curiosas. Este blog atrapa al vuelo esos sucedidos para que caigan en buenas manos

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Vino y chimenea para dar calor a las tertulias...
A las bodegas de Gibraleón llevamos viniendo toda la vida. Que tienen un poder de atracción de una fuerza inconmensurable es de cajón. Puedes ir con tu propia carne, y otros refrigerios, y remojar el gaznate, en temporada, con el mosto refrescante que entra como agua. ¿No está mal para empezar? Pues no se vayan todavía, aún hay más.

En verdad en verdad os digo que lo mejor es contemplar por las inmediaciones y casi no creerte que sitios así sigan existiendo. Han conseguido esquivar a la apisonadora de la uniformidad y el gregarismo. No hay redes sociales digitales y aquí se habla con voz clara y alta de cuestiones cotidianas. Los cotilleos y los asuntos del campo y de las bestias. De mesa a mesa se hilvanan los chascarrillos, se dirimen o enconan los litigios, se amasan fortunas en amistad.

Respecto a nuestro advenimiento al paraíso ha habido fases. No sé en qué momento concreto, pero sin duda en la época de estudiantes en el Colegio Universitario de La Rábida fue la época fundacional. Cuando en pandillas comprábamos la carne ibérica por alguna tienda del pueblo (normalmente en la carnicería Mari). Frente al borrajo de la chimenea hacíamos un semicírculo mientras los vasitos de vino circulaban a gran velocidad. Lo habitual era, y es, que algún paisano con más desparpajo te dé conversación y que te asesore en el noble arte de la candela. A cambio un agradable rato de cháchara que a veces, muchas posiblemente, se salía de madre. Siempre para bien. También se dejaba invitar a vino o a alguna pieza de carne. Eso ocurría como algo natural, sin aspavientos ni situaciones incómodas.



No faltaban las ocasiones en las que veníamos de juerga al mosto puro y duro. No es que faltara el condumio, pero quedaba en un plano secundario.

Lo que nos llenaba el estómago y, sobre todo, el orgullo era cuando agasajábamos y sorprendíamos a visitas llegadas de fuera. Y vaya si lo conseguíamos. El típico primo o un amigo de los estudiantes foráneos llegado de tierras lejanas. Estos últimos eran el maravilloso fruto fraternal recogido como consecuencia del auge de la recién nacida Universidad de Huelva.

El ambiente de las bodegas en un día cualquiera es muy característico. Un día cualquiera significa todos los días sin faltar uno. Sentir que te has trasladado a una realidad que poco tiene que ver con la tuya del día a día. Es gente del pueblo, curtida por el sol y por trabajar el surco y la cosecha. Hombres con una edad y una sabiduría. Los abuelos siempre te cuentan historias que sabes que son verdad, pero que son difíciles de comprender.

Los fines de semana, sobre todo en temporada, esto se abarrota de familias que buscan hacerse sus carnes de la Sierra o del Andévalo en las brasas de la leña de encina.

En estos lugares te facilitan todo eso que necesitas para que el buen yantar llegue a nuestros paladares con la sencillez e intensidad de las brasas y la sal. El menaje y, por supuesto, las parrillas corren por cuenta del negocio. Con los años se ha ido pasando de la bodega de antaño que no tenía nada de comer a ir ofreciendo algunas tapas básicas como las aceitunas, los chochitos o artramuces, unas bacalaíllas… o más elaboradas como unos pimientos aliñados, papaliñá, hígado encebollao, tortillas de patatas…

El Señó de la Sangre, las de la calle San Isidro, Avíate, Maroto... muchas más. Algunas desaparecieron porque el viejo que las regentaba murió. Alrededor de la bodega hacía su vida y lo tenía que pagar con jornadas inacabables y un escaso beneficio económico. Para sobrevivir se aprendía a torear a los morlacos avivados por el vino. A cambio una clientela fiel e innumerables tertulias. Eso, por mucho que queramos, hoy día no lo soporta nadie. Aguantar el palo de una bandera tan sacrificada, salvo que el romanticismo te llegue hasta el tuétano… O te transformas en algo que ya no es una bodega del mosto o adiós.

El vino ya no es la bebida que se impone. Lo de ganarse la vida sólo con la venta del líquido dorado ya no da. Aun con todo eso, en la temporada del mosto hay más posibilidades de encontrar un rinconcito, un garaje quizá, un grupo de amigos en un local… y se monta en na que tú te lo propongas.



El español

En esta noche de verano, cuando el sol da cuartelillo, acabamos en un clásico que se mantiene impertérrito. Hay muy buen ambiente. Con unos vinos viejos y unos de naranja, con unos altamuces y jamón de mono (1), nos aviamos. Un parroquiano nos regala un par de tomates de la huerta de su primo. Nos trae el fruto rojo, y un platito con su cuchillo y la sal, para que nosotros los apañemos. El primo, Pedrito, nos mira desde su mesita atalaya y asiente con la cabeza, con una sonrisa de orgullo. Es muy agradable.

Quiero invitar a Pedrito. El del bar dice “ahora ya igual no se toma más, pero si tú se la dejas pagá, pues mañana yo se la pongo. No te preocupes. Él es de diario. Pedrito es de diario”.

Les agrada que vengas de fuera, apreciando lo que para ellos es su rutina.

Seis vinos y las tapillas. Seis euros.

Salimos a meternos en el cuerpo algo más contundente, al bar Gazpacho. Que en su tiempo era también una bodega al uso. Se nos acerca uno de El Español a pedirnos que le prestemos un euro y medio. Justo lo que cuesta una jarrita del vino del año. Como nota la mirada incisiva de algún vecino, les mira y afirma animado “¡mi familia de Huelva, buena gente!”.

De Huelva, buena gente. Y con un rato de vino mejor lo pasaremos. En las bodegas del mosto.

(1) Cacahuetes

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