Los cantos de unos 5.000 niños acompañaron al papa Francisco en su visita a Akamasoa, el barrio de la capital de Madagascar construido gracias al tesón del misionero argentino Pedro Opeka, quien hace 30 años rescató de un basurero a miles de menores y se propuso luchar para que tuvieran una vida digna.
Francisco pudo comprobar en primera persona la labor de este misionero: las casas de colores distribuidas por la colina, los ambulatorios y paritorios para atender a las mujeres que antes morían al dar a luz, las calles asfaltadas y 300 escuelas en las que se educa a 15.000 niños, pabellones deportivos, electricidad y agua potable.
Dos argentinos compartieron su amor y cercanía por los pobres en este oasis erigido en uno de los veinte países más pobres del planeta, donde un 70 % de las personas vive con menos de dos dólares al día, solo un 60 % de los menores puede ir al colegio y casi la mitad de los niños sufre malnutrición.
"Aquí había un lugar de exclusión, sufrimiento, violencia y muerte. Después de treinta años, se ha creado un oasis de esperanza en el que los niños han recuperado su dignidad, los jóvenes han regresado a la escuela, los padres han comenzado a trabajar para preparar un futuro para sus hijos", exclamó el padre Opeka al dar la bienvenida al papa.
Este misionero, candidato al premio Nobel de la Paz, aseguró que en este lugar se ha erradicado la pobreza extrema "gracias a la fe, el trabajo y la escuela, al respeto mutuo y la disciplina. Aquí, todos trabajan".
"Hemos demostrado en Akamasoa que la pobreza no es un destino ineludible, sino que fue creada por la falta de sensibilidad social de los líderes políticos que han olvidado y dado la espalda a las personas que los eligieron", denunció.
Opeka agradeció al pontífice su visita a este pueblo, "donde Dios amaba tanto a los pobres que los liberó de la esclavitud según la cual todos vivían por sí mismos".
Arropado por los coros de los niños, que también cantaron en español, Francisco tomó la palabra en un pabellón de Akamasoa donde cada domingo se ofician unas misas que por su alta participación -a ellas asisten miles de personas- y la alegría de sus canciones y bailes se han convertido, incluso, en un reclamo turístico.
"Cada rincón de estos barrios, cada escuela o dispensario son un canto de esperanza que desmiente y silencia el destino", resaltó Francisco.
Y agregó: "Digámoslo con fuerza, la pobreza no es un destino ineludible".
A los jóvenes de Akamasosa, que en lengua malgache quiere decir "buenos amigos", los instó "a no bajar nunca los brazos ante los efectos nefastos de la pobreza" y a no sucumbir "a las tentaciones del camino fácil o del encerraros en vosotros mismos".
Su recorrido por Akamasoa continuó con una visita a la cantera de granito, una iniciativa también de Opeka con el objetivo de que los habitantes trabajasen para construir su propia ciudad y para ganarse la vida con dignidad.
La cantera da empleo a 700 personas, con la piedra se construyen nuevas casas para las miles de personas que buscan refugio en Akamasoa y también se exporta el granito.
En Akamasoa hay varios talleres que construyen muebles para las casas de la ciudad y también para exportar. así como bancos de escuela para todo el país.
Frente a este paisaje lunar de la cantera de granito, Francisco pronunció una oración por los trabajadores, en la que abogó por unas condiciones más dignas y por que todos puedan tener un empleo.
"Esperamos que algún día haya más justicia para los más pobres", afirmó uno de los trabajadores de la cantera, al dar la bienvenida al pontífice argentino.
Aseguró que la visita del papa dará nuevos estímulos para "levantarnos cada mañana con más valor y fuerza para trabajar para nuestros hijos".
Francisco inició su jornada de hoy en Madagascar, donde llegó el pasado viernes procedente de Mozambique, con una misa ante cerca un millón de personas, según los organizadores, en Antananarivo.
En su homilía invitó a levantar la mirada, a ajustar las prioridades para ver "cuántos hombres y mujeres, jóvenes, niños sufren y están totalmente privados de todo".
"Ante la dignidad humana pisoteada, a menudo permanecemos con los brazos cruzados o con los brazos caídos, impotentes ante la fuerza oscura del mal. Pero el cristiano no puede estar con los brazos cruzados, indiferente, ni con los brazos caídos, fatalista: ¡no!", exclamó.