En 2008,
Víctor del Moral (1979) obtuvo el premio “Ciudad de Valencia” por
Con la luz sumergida. Han pasado, pues, catorce años hasta la edición de su segundo poemario,
Hechos a mano (Hiperión. Madrid), galardonado con el XXXVII premio “Jaén”.
Con un grato pulso versal, el autor ubetense ha trazado un conjunto donde los poemas se suceden en pos de una humana concienciación. Y, para ello, ha dividido el conjunto en cuatro apartados: “Instantes”, “Cuaderno de campo
”, “Conversaciones
” y
“Álbum
” -al margen de una inicial “Dedicatoria” y una “Despedida”-. Si heterogéneo en su temática, el volumen se homogeneiza mediante un tono de profunda reflexión “sin disfraces ni máscaras”, de referentes artísticos y literarios (Alberto Giacometti, EudoraWelty, Anna Ajmátova…), de instantes de niñez (“los viajes de la infancia/ por las ondulaciones de Jaén…”) o de paisajes de acordanza (“Vuelve atrás la mirada:/ rostros, nombres, caminos/ sobre los que pasaste, tantas veces”).
Dejó anotado, precisamente, Marcel Proust que “nuestra memoria y nuestro corazón son lo bastante grandes para poder ser fieles”. Y, al hilo de estos textos, Víctor del Moral parece dar la razón al genial galo. Porque su decir no pierde de vista la emoción o la tristura de lo vivido, los rescoldos o los zarpazos del amor, las hebras del presente o las semillas del mañana: “Cuando yo muera,/ cuando llegue a mi hogar definitivo,/ no espero ya la música de Bach,/ que me dio tantas veces en la tierra/ fotogramas magníficos del cielo (…) Para que yo descanse/ -rubrico en este agosto/ del año 2020-/ cuando muera deseo/ a estos grillos tenaces/ de la noche alcarreña”.
Tanto la belleza como la herida imantan el quehacer de Víctor del Moral e intensifican su verso en una suerte de entrañados y meditativos textos. Cada vivencia representa entonces una experiencia que se torna ávido conocimiento, lúcida dicción. Abierto, a su vez, a una concisa sensorialidad, el yo lírico se sumerge en un universo donde la Naturaleza se torna exacta e íntima comunión: “El alba saturada de silencio./ En las casas vecinas todo duerme/ con la bandera blanca de una tregua,/ y fuera la sordina de la escarcha”.
Hay en el léxico del poeta jienense un sólido acento que remite a una cosmovisión liberadora. Buena parte de su verbo viene complementado por un aliento que se orilla en los huesos de lo real y lo finito, en el ser humano, en suma, a quien su misma existencia arranca de su acontecer, tantas vecesfronterizo y trágico.
Poesía y lenguaje, pues, entroncados con sabiduría y determinados por una inflexión de temporalidad que permite al lector adentrarse por regiones ónticas, anímicas, donde se formaliza el conocimiento. Un conocimiento que deviene en la reconstrucción de apariencias, desolvidos, premoniciones, sortilegios…, muy próximos al sujeto poético: “Junto a la libertad/ de un día con los primos/ -ni horarios ni deberes;/ y el pueblo, nuestro reino ilimitado-,/ allí nos aguardaba/ el olor del hogar de mis abuelos,/ estela inconfundible de estrecheces/ pulcritud y decencia”.
Un hondo poemario, en suma, sostenido sobre sólidos anclajes, sobre el don iluminado y balsámico de las palabras “que tengo entre mis manos y acojo agradecido”.