La que está considerada como la primera artista performer española, la donostiarra Esther Ferrer (1937), ganó ayer el Premio Nacional de Artes Plásticas concedido por el ministerio de Cultura y dotado con 30.000 euros, por la relevancia de su trayectoria, su influencia pedagógica y su peso internacional.
Su fidelidad al campo de la performance “ha tenido especial incidencia en generaciones más jóvenes a partir de su actividad pedagógica”, subraya el acta del jurado, que ha valorado también la “continuada presencia” de la artista en el contexto internacional.
Ferrer, que ha sido miembro de dos grupos de especial influjo en el arte plástico contemporáneo, ZAJ y Fluxus, ha tenido como actividad fundamental las performances o el arte de la acción, que ella define como “un híbrido en las artes plásticas”, aunque también es autora de un trabajo que expone regularmente.
Así, está preparando para una exposición en París un trabajo del que no quiere dar ningún detalle porque, “a lo mejor”, le da un giro de 180 grados.
Del espíritu que inspiraba a ZAJ, el grupo creado en 1964 por los compositores Juan Hidalgo y Ramón Barce, pero que dio cabida a todo tipo de artistas, cree que “algo queda” en el campo de la performance, “aunque –-asume– son tan leves sus rastros...”.
El grupo ZAJ, una propuesta heredera del dadaísmo y Marcel Duchamp que conectaba con movimientos internacionales como los Fluxus y al que ella se incorporó en 1967, fue perdiendo por el camino componentes y en el 72 solo quedaban Hidalgo, Walter Marchetti, y Ferrer, que seguirían juntos hasta 1996, el año en que el Museo Reina Sofía les dedicó una retrospectiva.
“Ahora cada uno vamos por nuestro lado”, reconoce la premiada, cuya mayor inquietud actual es “la angustia de esta situación tan ridícula que estamos viviendo y que nadie sabe de donde ha venido”, es decir, la crisis económica o financiera “o lo que sea” que hace que a su alrededor “la gente está muy angustiada”.