Por mera circunstancia de no tener necesidad de consensuar con nadie dónde dirigirnos para ver el Cortejo del Miércoles Santo, (más veleidades del destino), mis solitarios pasos se encaminaron de forma aleatoria hacia la calle Blas Infante. Continuéhasta que mi vista alcanzó a divisar un hueco libre en la misma acera con la esquina de calle Higuereta. Podía haber sido en otro lugar, como podía no haberse producido el acontecimiento que me ha inspirado este artículo. Pero el destino caprichoso siempre traza su plan para que seamos abstraídos por episodios de los que a veces nos preguntamos cómo han podidodejarnos determinada sensación, o cómo puede marcarnos tanto una determinada circunstancia.
La confluencia de las dos calles estaba abarrotada de gente. No es algo novedoso decir que los aledaños del Arco de Regla, en Rota, resulta un lugar más que atractivo para ver las Procesiones.
Y cuando me quise dar cuenta, la Cruz de Guía estaba frente a mí. Tras ella, los fieles de Nuestro Padre Jesús de la Salud en sus Tres Caídas, y María Santísima de la Caridad. Jamás me deja indiferente el hecho de preguntarme cuáles son las razones individuales que les lleva a hacer la Estación de Penitencia a cada uno de los que procesionan. Quizá porque quien suscribe, en su momento lo hizo, aunque fuese con otro Titular. Detalle éste, que aquí resulta irrelevante y por ende, prescindible.
Tras los fieles adultos en la Procesión, vienen los niños. Se evidenciaba que muchos eran vástagos de los que les precedían en el Cortejo. Intentando no perder detalle de todo aquello, en un momento dado, mi atención gira a la izquierda. Imagino que sería por la luz intensa de una farola cercana, que produjo una iridiscencia que no me permita distinguir muy bien qué era lo siguiente en desfilar. Y de repente en escena, ellos. Ycomo de la nada, apareció ella. Voilá.
Era un grupo de unos quince niños y niñas, con el rostro descubierto. Se acercaban hablando entre ellos. Llamaba la atención el modo de comunicarse entre sí: absolutamente espontáneo y desordenado. Con pasos desiguales pero decididos, se aproximaban hacia donde yo me encontraba. Portaban unas cestitas blancas: no me dio tiempo avistar qué transportaban. Venían irradiando energía, y contagiando vivacidad. Y de entre todos, una niña muy especial. Como digo podía haber escogido otra ubicación: pero fue allí. Ella sobresalía en altura del resto. Yo la reconocí, pero era consciente que no podía ser recíproco en ningún caso, por razones que no procede mencionar ahora mismo. Mi mirada se entrecruzó con más de un integrante de ese grupo. Pero cuando ella me miro, además vio: porque no es lo mismo.
No tengo claro qué le hizo proceder con ese gesto tan espontáneo como angelical. El caso es que sin apartar la vista un momento de mi sonrisa hacia su rostro dedicada, sacó una estampa de aquella fascinante, mágica y misteriosa cesta; extendió su mano, y dedicándome la mirada más entrañable que había visto en mucho tiempo, me la dio.
La Estampa: una foto de Los Titulares de ´su Procesión´. En la parte inferior de aquella reliquia que guardaré siempre, podía leerse, “Derrama tu salud sobre nosotros”. Sencillamente sentí que mi capacidad para no exteriorizar de forma vehemente lo que sentía, se tambaleaba. Hice lo que pude, pero no llegué a evitar que mis ojos se humedecieran. La niña se dio la vuelta y siguió a lo que estaba.
Continuó disfrutando. Seguía siendo partícipe de excepción de aquel Desfile. Mi mirada la acompañaba mientras giraba la esquina.
Ella no tenía ni idea de la vorágine de sensaciones que me había provocado su actuación. Aquellos que me conocen, sabende la importancia que el término, “salud” tiene para mí. Por lo que creo que no habría mucho más que aclarar en ese sentido para que se pueda entender aquí, el valor que tuvo aquella mano pequeñita, hacia mí extendida. Puede parecer un atrevimiento mi deducción, pero creo sinceramente que aquella estampa, -cuya protagonista era una niña de ocho años-, no hubiese dejado indiferente ni al más escéptico radical en cuestiones religiosas.
Me invadían las ganas de decirle, “. Eh!!., Lucía!!, sí tú!!,Has hecho que el grado de emoción que ya tenía en el momento previo a que aparecieras,se multiplicara por cuatro. Sí!: aunque no me conozcas, aunque no te lo creas”.
Casi no la alcanzaba ya mi vista, cuando le desee desde la distancia, -y de todo corazón-, que aquella mujer que habrá estado cerca, (de un modo u otro), mientras la vestían para tan importante cita, sea colmada también con el mismo mensaje de esperanza que esa niña me quiso dar a mí, y en consecuencia tenga una pronta recuperación.
No pude evitar pensar que algún día se lo narraría; cuando su capacidad de entendimiento le propicie poder acercarse a comprender todo aquello. La vi alejarse. Yo no podía sino imaginar contárselo alguna vez. Si eso ocurre, lo más probable es que ella no albergue en su mente el menor vestigio de tal acontecimiento. Pero yo le insistiré en que fue mágico. Intentaré darle todo lujo de detalles de aquel extraordinario Miércoles Santo de dos mil diecisiete, “aunque no me conozcas, aunque no te lo creas”.
Dedicado a Lucía.