Que vuestros hijos, y por supuesto los míos, no se encuentren con vuestras miserias en el futuro. Que vuestros nietos, y por supuesto los míos, no se topen con vuestra intolerancia en los días que construyen el mañana. Que vuestra mierda se quede aquí, en el presente, y no se extienda.
Que la Historia es una jodida montaña rusa es un hecho. Hoy estás viendo el Mundial en un televisor de pantalla curva comprado a plazos y al cabo de unos meses podrías estar luchando contra una blanca paloma por un trozo de pan mohoso. Hoy te ríes de un ciego que tropieza y mañana lloras porque ese bulto, que acabará con tu vida, no eran tus huevos. Hoy cierras puertas que el lunes querrás abrir, quizás para entrar, quizás para poder huir. No hablo de todos pero me dirijo a muchos.
Que no, que no somos ni españoles, ni marroquíes. Que no somos ni franceses, ni sirios. Que no somos ni canadienses, ni ecuatorianos. Que simplemente somos de este mundo, que simplemente somos humanos. Que sí, que una concertina nos abre la piel por igual, que bajo el agua nos ahogamos, que la sal escuece en todas las heridas, que una bala en el corazón acaba con nuestras madres, que todos nuestros hijos morirían si los abandonamos al hambre.
Que os den a los aspersores del odio, que os den a los pobres de corazón. Que os den, pero bien, a los que la empatía la enterraron bajo el miedo. Que vuestros hijos, y por supuesto los míos, no tengan que derribar los muros de mierda que construyeron sus padres.
Me pregunto si esos discursos sobre nosotros primeros, sobre que se dejen hundir las pateras, sobre la discriminación por raza o por nacimiento, sobre la estulticia de la supremacía, sobre negros y moros y latinoamericanos, sobre paguitas a refugiados, sobre dar la espalda al necesitado, sobre cerrar los ojos a la solidaridad, sobre que se queden en su país, sobre que dios dividió el mundo en continentes por alguna razón, se les traslada también a los hijos. De ser así, ¿cómo lo hacen? ¿Antes de dormir o con su prole sobre las rodillas? Mira hijo, érase una vez un padre tan sabio que dejaba morir a las personas que huyen o que luchan por una vida mejor.
Y ese niño mañana, colorín, colorado, con su país destruido, con la inanición resoplando en su cogote, morirá en la cubierta de un barco atestado de otros niños del mañana porque los puertos del mundo estarán cerrados con la mierda que sembraron sus padres. No hablo de todos pero me dirijo a muchos.
Si los bombardeamos para saquearles el petróleo que necesita tu coche para volver a casa del trabajo, los desgraciados huyen. Si los aniquilamos para que luzca la novia un anillo de oro y diamantes el día de su boda, los desgraciados huyen. Si nos metemos por la nariz todo su fosfato, los desgraciados huyen. Si los desangramos para lavarnos las manos con gas natural, los desgraciados huyen.
Y claro, no soy gilipollas, no todos los que huyen merecen un camino, pero, por el amor de los dioses, que no paguen justos por pecadores. Vileza y maldad existen en todos los rincones.
En mi caso, si me bombardean, si me aniquilan, si me desangran… huyo. Así que os advierto, no a todos, pero sí a muchos, que si mañana sigo vivo y mis hijos tienen hambre, sed, o simplemente les envuelve la guerra, o simplemente les despedaza la miseria, nos embarcaremos, caminaremos, saltaremos todos los muros, vallas y fronteras hasta llegar, de la manita, a cualquier sitio, viva o no usted en él, donde se coma, se beba, o que simplemente no esté envuelto en guerra, o donde simplemente exista una posibilidad, por pequeña que sea, de vencer a la miseria.
Ya podréis insultarme, ya podréis odiarme, incluso dispararme, pero como ser humano que soy, haré todo lo que esté en mi mano para regalarles a mis hijos, los que tengo y los que aún no han nacido, un resquicio de esperanza para forjar un nuevo destino.
Que conste en acta, Señor del Mañana, no hablo de todos pero me dirijo a muchos.