Si es usted aprensivo, si es una persona de buen gusto, si tiene un buen concepto de sí mismo o un sentido del humor sano, no siga leyendo. Advertidos quedan.
En primer lugar, confieso que hoy dejé de ganar sesenta euros, ayer ciento veinte y el día que engullí una mariscada en mal estado, cerca de mil pavos. Literalmente tiré del dinero por el retrete. Soy así de generoso (o estúpido).
En segundo lugar, me aprieto el corsé hasta la asfixia y al más puro estilo de Scarlett O’Hara os grito que "A Dios pongo por testigo que no podrán derribarme. Sobreviviré, y cuando todo haya pasado, nunca volveré a pasar hambre, ni yo ni ninguno de los míos. Aunque tenga que mentir, robar, mendigar o matar, ¡a Dios pongo por testigo que jamás volveré a pasar hambre!".
Motivos por los que supe que aquí no pasaría hambre. Tres son. Os lo contaré pero no por orden cronológico. Uno. Mientras preparaba mi asalto universitario durmiendo al raso en las calles de Málaga, descubrí los comedores sociales. Desayuno, comida (tres platos contando el postre) y cena. Una bendición a veces poco apreciada por los oriundos. Ese día supe que la comida la tenía garantizada por muy mal que me fueran los planes. Dos. Años más tarde, con Zapatero en el Gobierno y un servidor ya trabajando en un periódico, cubrí un acto, esperpéntico, en un centro penitenciario de El Puerto de Santa María. Una diputada nacional natural de Jerez y hoy alcaldesa, convocaba a los medios para dar a conocer, si no me falla la memoria, los nuevos menús para los reos. Un guiso de papas en amarillo sirvió como ejemplo. Mientras hablaba y hablaba de las bondades de tener un gobierno socialista yo pensaba y pensaba con alegría que, si se torcía mi vida, cometería un delito lo suficientemente leve para no dañar a un tercero pero lo suficientemente grave para acabar entre rejas. No sé, atraco a un banco con un plátano simulando una pistola. Una vez preso y con mi dispensador de jabón como equipaje, a comer se ha dicho.
Y el tercer motivo para ser consciente de que no pasaría hambre en esta maravillosa tierra ocurrió cuando salí de un error. Me enteré que entre algunos compañeros de vida se daba una extraña pero respetable afición sexual denominada coprofilia. Incluso se pagaba y había un negocio detrás de tal práctica. Claro, ingenuo de mí, durante mucho tiempo pensé que el que pagaba era el que se jiñaba encima del otro. Es decir, una persona, tras un duro día de trabajo, con una relación sentimental a punto de irse al garete y tras ser empapada por un coche que pasó sobre un charco a su lado, harta de la vida, llama por teléfono a otro fulano, le da sesenta pavos y, en fin, se caga en lo alto. Una buena forma de desahogarse… cagarse en tó y luego a dormir tranquilo. Pero no, resulta que es al contrario, en esos casos el que paga es el de abajo.
¡Joder! Pensé. Yo que soy de vientre fácil, debería poner un anuncio en un periódico, en esa sección que llaman Relax. Buenas, el dinero por delante (para que no se ensucie). Túmbese ahí. Me bajo los pantalones y escatología al gusto del consumidor. Desarrollé un poco más ese proyecto de emergencia y enseguida se abría todo un mundo de posibilidades. Para distinguirme de la competencia idearía menús especiales. Los lunes noche sangrienta previa ingesta de remolachas. Los viernes noche oscura tras tragarme un paquete de Oreo. Además pensé en un nombre artístico y en un logo: Éste sería una especie de loro multicolor con un enorme pico arrugado en plan qué asco pero me gusta. El nombre: el Cacatuya.
En definitiva, supe que si hay gente que paga por ello yo no pasaría hambre. Todo un alivio que me ha permitido centrarme en tener una familia. Coprofagia al poder.
Recuerdos. Compartí piso con un cubano. Un gran tío que siempre que se refería a una persona que no era de su gusto decía que era un ‘comemiedda’, pero nunca vi nada literal en ello. También acude a mi memoria un chiste-adivinanza de mi madre que repetía durante mi infancia: ¿Qué es mejor, la miel da o regalá? Ahora lo sé, ninguna de las dos, la mejor es la miel pagá… a sesenta pavos la sentada.
PD. Acabo de tomarme un café y creo que en breve volveré a tirar el dinero por el váter… a no sé que usted me llame… ya sabe, nombre en clave El Cacatuya. Guiño, guiño y jiño en lugar de beso.