Javier de la Cerda es un profesor jerezano de 35 años que trabaja dando clases de español en un colegio de Varsovia (Polonia). Allí se instaló definitivamente con su mujer, de nacionalidad polaca y madre de su hija, hace cinco años. La conoció cuando se fue a estudiar con una beca Erasmus en 2009. Después los dos regresaron a Jerez, donde él acabó sus estudios, y en el verano de 2016 se mudaron allí. Un año más tarde se casó y ahora es padre de una niña, que es la pequeña que sale en una de las fotografías de familia que ilustran este reportaje con una bandera de España, en la que aparece con la primera expedición de 28 refugiados que ha salido de Polonia gracias a sus gestiones y a la iniciativa de su buen amigo Fernando Cobacho. Este empresario catalán afincado en Jerez es el alma máter de un proyecto que prioriza a las personas con discapacidad y que va a tener continuidad en el tiempo. Los dos fueron claves para montar un operativo humanitario en menos de seis días que recorrió los 7.000 kilómetros que separan Jerez de Varsovia. Los dos sintieron que tenían que hacer algo más.
En el caso de Javi, lo primero que pensó cuando saltó la guerra fue “en mis amigos y conocidos de Ucrania. Nos hemos visto un poco sobrepasados”, relata a Información. De hecho, su mejor amigo vive en Jerez y está casado con Irina, una chica ucraniana, a quien llamó para ofrecer su casa para que su familia saliera del país. “Fue lo primero que hice a título particular, por cercanía”. Han estado unos días en su piso antes de venirse a Jerez con su familia, pero viviendo tan de cerca el drama de la guerra, a apenas 700 kilómetros, tenía claro que tenía que ir más allá. Gracias a la iniciativa de Fernando, “la cabeza pensante de todo”, ha podido hacerlo “y ya no vamos a parar”.
Tal y como explica, solo en Varsovia hay casi dos millones de ucranianos refugiados. Si bien por parte de las autoridades “hay pocas respuestas, por parte de la población ha sido impresionante”. “Tengo a muchísimos compañeros del colegio que tienen casas más grandes con familias ucranianas acogidas. Yo por logística, porque mi piso es pequeño, no puedo...A partir del lunes tenemos en el colegio también un aula exclusiva para ucranianos y en la guardería también hay dos o tres niños ucranianos por cada clase”, señala. Cuando Fernando contactó con él, vio la oportunidad de ir más allá y “nos pusimos manos a la obra”.
Javi llamó a un amigo suyo que conocía al alcalde de una pedanía de Varsovia, cerca de donde vive, y “nos abrió las puertas”. Allí tienen habilitada una estación de bomberos para recoger donaciones de comida, alimentos, material médico y todo lo que reciben desde Polonia y de todo el mundo. Paralelamente, contactó con otros centros de refugiados de Varsovia, donde han habilitado pabellones deportivos para acoger a familias. “No dan abasto y se encargan de darles una salida”.
Seis días antes, Fernando estaba viendo la televisión en casa y se dio cuenta de que tenía que hacer algo más. Ahí empezó todo. “Soy padre de una niña de cinco años, y a mí me gustaría que si en España pasara lo mismo cogiesen a mi mujer y a mi hija y la protegiesen de alguna manera. Así que me levanté del sofá y dije: tengo que hacer algo”. Era lunes. Activó la maquinaria y el sábado estaban camino de Varsovia. Fue en tiempo récord pero con la ayuda de Javi cerraron alojamiento y toda la ruta para llevar el material humanitario, a la par que vieron los puntos de conexión para bajar a refugiados. Tenían clara la logística para que todo saliera bien. “Las ONG están desbordadas, hay que tenerlo todo muy bien cerrado porque puedes salir con muchas ganas y voluntad y una vez arriba complicarse mucho las cosas”, señala.
Alquilaron para una semana cuatro furgonetas, por 1.600 euros cada una, gracias a las aportaciones económicas. Había 28 huecos. La mujer de Javi dio su número de teléfono a los centros de refugiados y en menos de una semana recibió más de 200 llamadas, “con lo que te puedes hacer una idea de la cantidad de personas que está desesperada”, señala.
Su idea inicial era priorizar a niños y a madres. Pero una vez que llegaron se dieron cuenta de que, aunque en una guerra todos son vulnerables, las circunstancias son doblemente complicadas para personas con discapacidades. “La tele nos bombardea con lo que quiere, con mujeres y niños solos, pero hay ciegos, minusválidos, niños autistas… esta gente es la que peor lo pasa y tienen que buscarse la vida en un país que no es el suyo. Tienen muchas menos posibilidades aún que el resto. A Javi y a mí nos abrieron los ojos”, narra el empresario.
El viaje de vuelta lo hicieron acompañados por cuatro familias de miembros sordos, un matrimonio invidente con sus hijos, tres hermanas, una madre y un pequeño, que están en Jerez con una familia de acogida, y otras tantas. Todos confiaron ciegamente en ellos, aunque los ocho conductores de Jerez y la zona notaron el miedo en sus rostros. “Confían en ti, pero ves caras de terror, te miran con cara de qué van a hacer conmigo ahora y agachan la cabeza. Poco a poco fuimos hablando con ellos: algunos había dormido en el bosque a la intemperie, escuchando tiros”.
Fueron cuatro días, durante los cuales hicieron noche en una iglesia de Alemania y un centro de inmigrantes de Francia, además de en Valencia. Lo suficiente para hacer piña. Tras contactar con la ONCE y otras asociaciones, cada familia está en las mejores manos. Fernando habla con ellos a diario. Mientras tanto, en Varsovia ya hay una expedición de 32 personas sordas preparadas. Esta vez quieren hacerlo mediante vuelos, dado que están poniendo conexiones gratuitas para personas refugiadas, y están en contacto con fundaciones como la ONCE para la recepción. Quieren tener toda la logística perfectamente cerrada para que estas personas se sientan protegidas desde que salen de Varsovia. Pero Cobacho también hace otro llamamiento a los empresarios: que den trabajo a los refugiados. “Necesitan trabajar, quieren trabajar”.