La explosión de la Base de Defensas Submarinas, ubicada en el barrio de San Severiano, dejó, al menos, 5.000 heridos, aunque algunas investigaciones elevan la cifra a 10.000, y 150 víctimas mortales. Entre ellas, Ramón Cejudo, ajustador mecánico que, a unos 20 metros del lugar donde se produjo la deflagración, vio como falleció su oficial, con quien cenaba en ese momento, para perder poco después la vida bajo los escombros. Aturdido, moribundo, tuvo aun tiempo para pedirle al repostero que les atendía en el fatal momento del suceso que, si sobrevivía, le dijera a su mujer y sus dos hijos que les quería.
Uno de ellos, Juan, contaba entonces con 5 años. Todavía hoy, casi 75 años después, recuerda cómo el cielo se puso rojo tras la detonación ensordecedora y los critales de su casa en la calle Bilbao se hicieron añicos; y cómo tres meses después de la tragedia, el hombre que asistió a la muerte de su progenitor, recuperado de los daños, se plantó frente a la puerta de su vivienda para cumplir la última voluntad del finado.
La explosión de la Base de Defensas Submarinas, ubicada en el barrio de San Severiano, dejó también un buen puñado de héroes. El repostero, mismamente. Manuel Martí, es otro de ellos. Nacido en Castellón, cumplía el servicio militar en San Fernando aquel verano. Tras conocer la catástrofe, se puso al volante de un camión y se desplazó a la capital para recuperar los cadáveres de los niños de la Casa Cuna. Casi centenario, aún vive, como José Marroquín, marinero, que reside actualmente en El Puerto a sus 97 años, y que entonces se ocupó de desenterrar cuerpo en Tolosa Latour y acabó hospitalizado por la ansiedad: se libró de aquella noche porque pidió un permiso.
Ni los héroes ni las víctimas han sido, sin embargo, debidamente reconocidos, según José Antonio Florido, uno de los expertos que mayor esfuerzo ha dedicado a reconstruir lo ocurrido y conservar la memoria de los damnificados. Y en este 75 aniversario, cuando aún podrían recibir el justo homenaje que merecen quienes aún perviven, no hay visos de que el Ayuntamiento tenga prevista programación.
Era el año para otorgar distinciones como la medalla de la ciudad o nombrar hijos predilectos y adoptivos a aquellos hombres y mujeres que no se arrugaron frente al espanto. Era el año para reunirlos y para construir un monumento funerario digno. “¿Acaso espera el equipo de Gobierno que la iniciativa vuelva a partir de particulares?”, se pregunta Florido, autor de uno de los documentales imprescindibles para entender qué pasó y responsable de la exposición permanente en el Castillo de Santa Catalina desde el año 2017. El suceso, recuerda, “fue silenciado por el franquismo”. Solo, a partir de 1997, 50 años después, comienzan a publicarse los primeros trabajos bibliográficos y audiovisuales sobre ello. Pero la falta de apoyo institucional más clamorosa se la imputa a la Armada.
La explosión de la Base de Defensas Submarinas, ubicada en el barrio de San Severiano, dejó una deuda moral de los uniformados con la ciudad, agrega. La Armada desconocía qué tipo de carga explosiva tenían los artefactos, pero acabó reconociendo, solo tres días después, de que se trataba de algodón de pólvora, altamente inestable. Asumía, por tanto, la negligencia, pero no ha pedido perdón. Asimismo, intervino para que no prosperara la actuación del juzgado, tras conocer la citación de responsables militares, con Miguel Ángel García Aguyó a la cabeza.
Actualmente, solo encuentra dificultades para acceder a la documentación del Archivo General de Marina de Madrid y el Archivo Naval de San Fernando. “Se han desclasificado los juicios sumarísimo de la Guerra Civil”, advierte. “¿Por qué no se desclasifican los archivos sobre la tragedia?”, protesta. Por fortuna, agrega, la prensa ha colaborado para mantener vivo el recuerdo. “A vosotros, los periodistas, también deberían homanjearos”, finaliza.