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Lo que queda del día

La normalidad era esto

Hemos superado una Semana Santa sanadora, sobre todo a nivel mental, ya que nos ha ayudado a asimilar y entender que la normalidad era esto

Publicado: 16/04/2022 ·
18:19
· Actualizado: 16/04/2022 · 20:29
  • El Miércoles Santo en un abarrotado barrio de Santiago -
Autor

Abraham Ceballos

Abraham Ceballos es director de Viva Jerez y coordinador de 7 Televisión Jerez. Periodista y crítico de cine

Lo que queda del día

Un repaso a 'los restos del día', todo aquello que nos pasa, nos seduce o nos afecta, de la política al fútbol, del cine a la música

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Cuando la pandemia y el confinamiento cancelaron todos nuestros planes hace un par de años, un amigo de los de casi toda la vida me dijo una de las frases más sencillas, desconsoladoras y contundentes que mejor describían la situación por la que atravesábamos en ese momento: “Me siento como si me hubiesen robado la Semana Santa”. Lo decía en un sentido de privación absoluta que iba más allá de la libertad personal impuesta por el Gobierno, y que abarcaba una serie de sensaciones imprescindibles y particulares condenadas entonces al vacío. Y no solo se la robaron un año, sino dos. A él, y a todos los que encuentran en esta época del año una vivencia absoluta, de ahí que la definición exacta de lo experimentado en los últimos días haya coincidido con la recomendación realizada por el pregonero de Jerez, Pablo Baena: “que sea una Semana Santa que valga por tres”.   

La intensidad ha sido tal que para describir, e incluso justificar algunas de las decisiones adoptadas por muchas juntas de gobierno que optaron por salir a la calle, pese a las previsiones de lluvia, hubo que recurrir al matemático, filósofo y teólogo francés, Blaise Pascal, que fue quien inmortalizó la frase: “el corazón tiene razones que la propia razón ignora”. Lo recordaba Francisco Aleu en su crónica del Martes Santo para intentar “entender” las “razones” de las cofradías que vieron interrumpida o trastocada su estación de penitencia a causa de los aguaceros, empeñadas en consultar al corazón antes que al sentido común, pese a la fiabilidad del parte de la Aemet. En otras circunstancias casi todas habrían obrado por igual -no salir o reducir su presencia en la calle-, pero ésta era una situación especial, gobernada a golpe de impulsos y, más aún, de un compromiso con quienes, como mi amigo, se habían visto privados durante dos años de participar en un cortejo o presenciar las cofradías por las calles.

Ahora, una vez pasado todo, en las tertulias del “despelleje”, como las llama Carlos Herrera, habrá ocasión para debatir, criticar, elogiar y advertir en torno a cada episodio, ya que han trascendido incidencias ajenas a la cuestión meteorológica que empujan a hacerlo, caso de la cofradía que tuvo que recogerse en Jerez antes de tiempo por la falta de costaleros en el paso de palio, o de las críticas del Cabildo Catedralicio de Cádiz contra las “actitudes” de algunos hermanos que tuvieron que refugiarse en el interior de la Santa Iglesia Catedral debido a las lluvias y que “rompieron el silencio penitencial, no guardaron el respeto que requiere un templo sagrado, causaron desperfectos materiales y tiraron desperdicios alimenticios en el suelo”. De todo hay “en la viña del Señor”, también en las hermandades, pero nunca está de más tomar nota y ejemplo.

Pero, con sus aciertos y sus polémicas, estamos ante una Semana Santa sanadora, sobre todo a nivel mental. Ha bastado salir a la calle a ver las procesiones para asimilar y entender que la normalidad era esto y no esa contradicción en sí misma que Pedro Sánchez inventó para ganarnos a través del discurso: la “nueva normalidad”. Ir a los bares, ir a la playa, ir a un concierto... era una forma de recuperar parte de nuestra vida pasada, pero hacía falta un acontecimiento de la dimensión de una Semana Santa para convencernos de la posibilidad y la necesidad de hacer nuestra vida de antes, sea con o sin mascarillas, incluso preferiblemente con ellas.

Eso en el plano emocional, pero también en lo económico, por la repercusión de toda la actividad generada en poco más de una semana, y pese a que seguimos dependiendo de nosotros mismos, del turista nacional, y pese a que seguimos alertas a la inflación, que es la palabra de moda -solo nos falta llevarla tatuada en el brazo izquierdo-, y alertas a las señales que nos llegan de Ucrania, Hong Kong, o donde quiera que se pose a aletear sus alas la caprichosa mariposa que parece vivir empeñada en domeñar nuestro miedo o, directamente, mandarlo todo y definitivamente al infierno, o al carajo, que nos pilla más cerca de casa. Toca sufrir, por verlas venir, pero mucho mejor si es a este lado de la normalidad.

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