Esta semana ha sido noticia el descalabro económico de Netflix a causa de los resultados del primer trimestre del año. Pensaba ganar más de dos millones de suscriptores y ha terminado perdiendo 200.000. Hay quien lo achaca a su nueva política de precios y al incremento de la competencia vía streaming, pero tampoco hay que descartar su política de contenidos.
Más allá de los grandes estrenos de cada temporada, su catálogo está plagado de series y películas infumables. Es cierto; como decía Rafael El Gallo, “hay gente pa tó”, pero descolocan algunas de sus apuestas cinematográficas, precisamente de la mano de una compañía que en los últimos años ha hecho alarde de colocar grandes películas en los Óscar, y pese a que la academia sigue dándole la espalda -recuerden los casos flagrantes de Roma, El irlandés o El poder del perro-. En este sentido, Netflix no solo apuesta por costosos proyectos, sino que, de no ser por ella, tendrían una dudosa carrera comercial en salas.
El último ejemplo es La burbuja, amparada en unos créditos atractivos que terminan por crear unas falsas expectativas. Dirige Judd Apatow, en quien muchos vieron a la gran esperanza de la nueva comedia americana, entendiendo por nueva el rebuscado toque gamberro e incorrecto de sus historias. Su trayectoria, en realidad, ha sido algo irregular, pero, ya en sus películas, como en las salidas de la conocida como factoría Apatow, hay algunos destellos que animaron a atribuirle cierta etiqueta de autor. Con este su último trabajo lo único que viene a demostrarnos es que el papel de un guion lo aguanta todo, pero no garantiza las risas.
El cine mismo está plagado de películas que resultan más graciosas cuando se las cuentas a alguien que cuando las ves -prueben con El jovencito Frankenstein-, y algo de eso ocurre con La burbuja, que recrea el rodaje de una película de dinosaurios en plena pandemia covid, con todo el equipo aislado en un hotel en medio del campo y sometido a todo tipo de pruebas PCR, contagios y aislamientos, amén de la caprichosa actitud de las estrellas y productores de la película.
Cuando Apatow trasladó la idea a Netflix seguro que se partieron de la risa, pero su puesta en imágenes resulta cansina y previsible, a excepción de un único detalle: en el mismo hotel se instala la expedición del Real Betis. Así que “viva Apatow, manque pierda”. Mejor en otra ocasión.