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Sábado 23/11/2024
 

San Fernando

30 AÑOS DESPUÉS: -¡Omaíta, qué es lo que tengo!- y Camarón volvió a La Isla de León

Una colección de fotos realizadas esos días por los fotógrafos de San Fernando Información y la interpretación del Salmo 51 cantado en arameo como música

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"¡Omaíta, qué es lo que tengo!”, preguntó José Monje Cruz antes de morir por un cáncer de pulmón a las 6.45 horas del 2 de julio de 1992.

Treinta años y dos días después San Fernando se llenó de gente de toda España, gitanos mayormente, para despedir a un artista que había roto todos los moldes habidos y por haber.

El vídeo contiene una colección de fotos realizadas esos días por los fotógrafos de San Fernando Información  y la música es la interpretación del Salmo 51 del Libro de los Salmos de la Biblia cantado en arameo.

 

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Los días 3, 4 y 5 de julio de 1992 han quedado marcados para siempre en la historia de la ciudad. El 2 de julio moría en Badalona José Monje Cruz ‘Camarón de la Isla’, el hombre y el artista que había presentado el flamenco desde el polo opuesto partiendo de la más absoluta pureza en sus primeros años a una apertura imparable que ha dado grandes frutos y ha cosechado grandes fracasos.

No en la voz, en las formas, de Camarón porque ahí todo fueron éxitos, sino en quienes tuvieron la osadía de seguir a un cantaor genial sin ser genios y se estrellaron en su mediocridad.

Esos días fueron contados por San Fernando Información después de que Radio La Isla emitiera la noticia de su muerte en el informativo de las 08.00 horas.

Lo que contienen estas páginas es una reproducción de aquella larga crónica, en el tiempo en que se escribió, poniendo a disposición de los lectores que no lo vivieron la oportunidad vivir aquellos hechos extraordinarios, de conocerlos y sentirlos y a los que estuvieron presentes, la oportunidad de recordarlos.

Sirva también de homenaje a uno de los redactores que firmaron la crónica, Jesús del Río Cumbrera (DEP).

LA CRÓNICA 30 AÑOS DESPUÉS

El cadáver de José Monje Cruz, Camarón de la Isla, paradójicamente inmortal gracias a su cante, llegó hasta el Puente Zuazo en la última ocasión que el cuerpo de este insigne cantaor ha pasado por este centenario monumento isleño.

Varias horas antes de la prevista en la que se esperaba la llegada de la fúnebre comitiva, numerosas personas comenzaron a situarse en la entrada de la ciudad, sobre todo en las inmediaciones de la famosa Venta de Vargas.

El típico lugar en el cual María Picardo llevaba recibiendo visitas de amigos, curiosos y periodistas desde las primeras horas del jueves, se encontraba cerrado con un gran crespón negro en su puerta de entrada.

Tan sólo la entrada que da acceso a la cocina, custodiada por la Policía, se encontraba entreabierta y de la cual entraban y salían amigos de la Venta y algunos periodistas. Mientras tanto, alrededor de las siete y media de la tarde, las personas podían contarse ya por cientos.

Fueron distribuidos carteles con la imagen de José Monje que la emisora local había editado para repartir a todos los isleños. Miles de fotos de Camarón circulaban durante toda la tarde-noche por las calles de San Fernando, mientras los congregados a lo largo del triste itinerario andaban como locos quitándose unos a otros los retratos del cantaor fallecido.

Eran las ocho y media de la tarde. Según comentaban los agentes de la Policía situados a la entrada de la ciudad, el vehículo con los restos mortales se encontraba en Jerez, enfilando la carretera hacia La Isla. En aquellos momentos, las personas asistentes, que hasta entonces no se habían decidido a pisar el Puente Zuazo, empezaron a subir tímidamente la falda del monumento que une La Isla con la península.

Lo que hasta entonces era sólo unos curiosos y los periodistas allí congregados, observamos cómo, una vez recibida la noticia de que la fúnebre comitiva se encontraba a escasos metros del Polígono Tres Caminos, la calzada era literalmente invadida por personas deseosas de dar su adiós desde incluso antes de alcanzar su tierra natal.

El brillante Mercedes azul que contenía el féretro del cantaor alcanzaba el principio del Zuazo a las nueve en punto de la noche. A partir de ahí, la pasión y el fervor comenzaron a añorar sin un ápice de descanso hasta el día después, cuando ya José Monje se encontraba bajo tierra descansando en paz.

Muchos comenzamos a temer por lo que pudiera ocurrir. Nuestra entrada a La Isla, centenaria, algo angosta y descansada sobre un mar de tranquilidad, comenzaba a cubrirse de cientos de personas, muchas de las cuales se alzaban de pie sobre le pétrea barandilla del Zuazo. Ciertamente corrían peligro… Comenzaron los gritos y aplausos, Camarón pasó el puente a hombros de su peña.

A muchos metros delante, varios coches de la comitiva que cada vez se alejaban más. En uno de ellos, Alonso Núñez Rancapino, destrozado. Pocos metros después de sobrepasar el puente, al artista abandonó su vehículo para portar el féretro. “No puedo ni hablar. Imagina cómo estoy, yo y la familia. Con su muerte se ha terminado el cante…” Pedro, un compañero de profesión del periódico El Mundo, hacía las veces de chófer de Rancapino desde Sevilla. “Ha venido todo el camino llorando, diciendo que por qué se moría, desconsolado. Yo no podía hacer nada, tan sólo conducir…”.

Lo del Puente Zuazo fue tremendamente emotivo. Sin tópicos ni compromisos. El coche tuvo que acelerar su marcha y abandonar la inmediatez del féretro, puesto que la multitud congregada deseaba colocarse delante del hijo más grande que ha dado La Isla en el mundo en todos los tiempos.

Allí, en el punto más alto del Zuazo, siempre huele a mar y sal. En la noche del viernes, con el sol aún en el cielo, el aire rezumaba también olores de flores y romero. Y contemplando todo aquello, decenas de golondrinas que, inexplicablemente, revoloteaban nerviosas a lo largo de todo el puente, en movimientos perfectamente circulares, flanqueando el féretro portado por hombres de la Peña Camarón e íntimos amigos.

Los que alzábamos la mirada al cielo teníamos que bajar la vista si deseábamos continuar a lo largo de toda la noche sin desfallecer por la emoción a flor de piel. “Camarón no te olvidaremos” y otras leyendas portaban tristes algunas pequeñas barcas que rompían la línea de Sancti Petri.

A la llegada a la venta de Vargas, todos los allí congregados esperaban que los compañeros de Camarón trasladaran sus restos hasta el interior de la Venta. Quizá allí, María, que tanto lo quiso y lo vio crecer, que por primera vez lo oyera cantar a los ocho años de edad, podía darle su último adiós y su emocionada despedida.

No fue así puesto que acelerando el ritmo de la comitiva, los portadores del féretro enfilaron la curva que rodea la Venta de Vargas y se dirigieron hacia la calle Real, en la cual miles de personas esperaban el paso del cadáver de José Monje.

El momento más emotivo a lo largo de todo el trayecto por la principal arteria de la ciudad fue el instante en que los restos de Camarón de la Isla llegaron a la altura de la iglesia Mayor. A pesar de la hora tardía, aproximadamente sobre las diez y media de la noche, algunos esperaban que Jesús Nazareno, “el Viejo” que tanto amaba José, le diera la última bendición y el cadáver de Camarón penetrara en el templo en el que seguramente tantas veces en su vida el cantaor había hincado la rodilla en tierra pidiendo por los suyos.

El féretro no entró en el templo pero sí fue vuelto hacia él mientras la multitud atronaba con los gritos de “Camarón, Camarón” y aplausos ensordecedores. Antes de llegar la comitiva fúnebre al Palacio Municipal, la patrulla de Protección Civil, que se encontraba precediendo a los hombres que portaban al artista, nos manifestaron que “hasta este momento no se había producido ningún altercado ni desbordamiento. Tan sólo un pequeño ha sufrido un leve mareo y lo hemos atendido, pero por ahora todo está tranquilo. Quizá los minutos más delicados en ese terreno llegaron escasos minutos después.

En la puerta principal del Ayuntamiento se encontraba toda la Corporación Municipal esperando la llegada de los familiares del fallecido artista, que llegaron a pie y visiblemente consternados fueron recibidos en la escalinata por el alcalde de la Ciudad, Antonio Moreno.

A pesar del despliegue de protección y seguridad que existía alrededor del camino por el cual los restos  de Camarón de la Isla debían penetrar en el Palacio Municipal, lo ocurrido desde la subida por las escalinatas consistoriales fue un hecho sin precedentes que estuvo a punto de costar algún grave disgusto a muchas de las personas congregadas.

Las vallas de contención no fueron suficientes para que, a medida que el féretro era conducido hacia la puerta principal del Ayuntamiento, los admiradores del cantaor y el pueblo entero saltaron esos fáciles muros o se situaron tras la comitiva, empujando con todas sus fuerzas hacia arriba en un intento desesperado por entrar junto con el féretro en las dependencias del edificio consistorial isleño.

Fue allí cuando comenzó el desbordamiento de personas, hasta el punto de que algunas sufrieron magulladuras o heridas propias de la presión material en la que se encontraban inmersos. El propio delegado de Servicios Generales de la ciudad, Manuel Torrejón, recibió un fuerte golpe en una de sus piernas y tuvo que ser retirado a hombros de un compañero y llevado hasta el despacho de la Alcaldía, donde fue atendido por varios médicos que allí se encontraban.

Las puertas del Ayuntamiento fueron cerradas inmediatamente después de la entrada del féretro, lo cual indignó a los presentes, algunos de los cuales gritaban “si no abren echamos abajo la puerta”.

Las previsiones en la Casa Consistorial ciertamente se desbordaron. Los restos de José Monje fueron conducidos hasta el salón de Plenos donde estaba ubicada la capilla ardiente. Los nervios afloraban aún más al comenzar la multitud a guardar cola desde el patio central, puesto que eran demasiadas personas presentes que querían entrar a la vez en el lugar establecido para velar a José Monje.

La familia del fallecido se negaba a que los reporteros gráficos venidos de toda España realizaran fotos, si bien el portavoz familiar convocó a los medios de comunicación en una improvisada rueda de prensa en la cual explicó los motivos por los cuales sus más directos parientes no permitían la realización de todos. Tras ella, los profesionales gráficos accedieron coordinadamente al salón de Plenos y pudieron cumplir con su cometido.

A lo largo de toda la noche, miles de personas, centenares de ella de raza gitana, esperaban pacientemente entre lágrimas su turno para acceder a la capilla ardiente de Camarón de la Isla.

EL ENTIERRO

Pasadas las once de la mañana se abrían las puertas de la parroquia del Carmen para recibir al féretro que contenía los restos mortales de José Monje Cruz Camarón de la Isla, el cual hizo su entrada a hombros de familiares y amigos y escoltado por un cordón de seguridad formado por fuerzas del orden, admiradores y miembros de su peña isleña. Tras él, las autoridades presididas por el presidente de la Junta de Andalucía.

Una vez depositado junto al presbiterio, el párroco P. José Molina Valero, rezó las primeras oraciones y a continuación tuvo lugar la misa de corpore insepulto. Junto al féretro se encontraban las hermanas del célebre cantaor, Isabel y Remedios y Luisa, esposa de su hermano Manuel acompañadas por otros familiares. Nuestra Patrona la Santísima Virgen del Carmen se hallaba entronizada en el altar mayor.

El párroco P. José Molina Valero, dirigió unas breves palabras a los asistentes, en especial a familiares y amigos del artista desaparecido y decía:

“Desde nuestras callejuelas hasta el Carmen hay muy poca distancia, la distancia que cubre una voz y una voz que sabe escuchar una madre, primero una madre que hoy mira a una voz callada, y segundo tantas y tantas madres de San Fernando que hoy están llorando la pérdida de un hijo. Por eso con sencillez, desde ese barrio de las callejuelas que lo viera correr, desde esas nuestras calles de la Isla de León que le han dado todo lo que él tenía, pero que él se lo ha devuelto con creces y además multiplicando el ciento por uno, hoy sencillamente vamos a seguir escuchando su voz porque la vamos a escuchar a través de la Virgen del Carmen que por última vez lo acoge; vamos a hacer que Camarón de la Isla siga vivo porque realmente el sentimiento no hay quien lo mate. Por eso, con toda la sencillez que puede dar el amor, para que el cariño que él ha sabido poner en su sentimiento y en su música, siga entre nosotros y permanezca para siempre”.

Tras estas palabras tan sentidas continuó el santo sacrificio de la misa y al final el P. Molina Valero rezó un responso ante el féretro, el cual posteriormente fue trasladado de nuevo a hombros de familiares y amigos hasta el furgón funerario, mientras sus hermanos lo despedían con lamentos y lloros inconsolables.

En el funeral acompañando a la familia se encontraban Manuel Chaves, presidente de la Junta de Andalucía; Manuel Conde Pumpido, Defensor del Pueblo Andaluz; Luis García Garrido, viceconsejero de Cultura; Jesús Ruiz, presidente de la Diputación Provincial acompañado por Josefina Junquera, diputada provincial; Antonio Moreno Olmedo, alcalde de San Fernando; Carlos Díaz Medina, alcalde de Cádiz; José Luis Blanco Romero, delegado provincial de la Consejería de Gobernación; Sebastián Saucedo Moreno, delegado provincial de la Consejería de Cultura y los cantaores y artistas Manuel Mairena, Juan Peña Fernández Lebrijano, Alonso Núñez Rancapino, Manolo Brenes, Amós Rodríguez Rey, Paco Cepero, Paco y Pepe de Lucía, Casilda Varela, Carmina Ordóñez e infinidad de amigos que rindieron homenaje a este genial artista de nuestra tierra.

Hacia la una de la tarde, gritos y aplausos avisan de la llegada al Cementerio del féretro con los restos mortales de  mortal de Camarón. Desde minutos antes, una multitud expectante se habla ido congregando ante la puerta del Camposanto con la intención, fru trada después, de entrar junto a la comitiva que portaba el ataud.  Fueron también momentos de gran tensión.

Dolores Montoya llevaba tiempo en una de las oficinas del cementerio desolada, esperando sin esperar. Decenas de periodistas iban tomando posiciones en la tarima instalada frente al panteón que acogería el cuerpo sin vida del “Díos del cante” como lo definiera el Pata Negra, Raimundo Amador. 

Emilio González Amores, capellán del cementerio, nos comenta que su intención es, si la situación lo permite, esperar al difunto en la misma entrada y acompañarlo hasta el 1ugar del enterramiento.  Manolo, relaciones públicas de la Peña Camarón de La Isla, es de los pocos amigos que, quebrantado, han tenido el tremendo privilegio de esperar dentro la llegada de Camarón.

Empiezan a entrar las primeras personas portando coronas de flores. El control en la puerta es radical: no pasará nadie que no sea familiar de José Monje o las personas autorizadas por Chispa, su viuda, que a duras penas da o niega su consentimiento a las numerosas personas que se agolpan en la puerta con la pretensión de entrar.

Tras las primeras coronas de flores, a duras penas entra también el féretro portado por gitanos rotos en sudor y lágrimas. Dentro del recinto, la Policía Local, también algunos concejales, van indicando el camino que deben seguir para dirigirse hacia el panteón. Todo es llanto, pena, tensión bajo un sol ardiente. Cuando la comitiva llega hasta una valla de seguridad ubicada antes del sepulcro, el nerviosismo aumenta. “No te vayas, Camarón” grita alguien, otro pide calma.  

La confusión aumenta mientras el féretro y sus portadores se han quedado parados entre la valla y una de las paredes que circundan el Panteón.  “ ¡ Estamos en un lugar sagrado! ¡Silencio! ¡Silencio! ¡Vamos a rezar! Francisco, el funcionario encargado del Cementerio no sabe ya que hacer para que se respete el silencio de los muertos. Hay que parar y calmar los ánimos. Imposible.

Los tres últimos metros antes del agujero son terribles. Las voces del funcionario se mezclan con un llanto de hombre. Los restos físicos de Cámarón están a punto de ser introducidos en el triste foso. “¡No te vayas Camarón, no te vayas!”.

Todo está consumado. El párroco ofrece un responso por el alma de Camarón. Nos había comentado que iba a ser breve por las circunstancias y cumple estrictamente con el protocolo.

El silencio se ha hecho por fin y ahora es el llanto y las palabras de Dolores Montoya el único que rompe con él. La furia, el dolor, los nervios... lo que sea, hace que la tome con los que estamos allí. “Irse a tomar por culo... Dejadlo ya... Qué queréis con el muerto, el no quería nada de ustedes ...”.

El mensaje se dirige a los periodistas que deben escuchar, estoicos. La crisis no ha hecho sino comenzar ya que las palabras de Chispa encrespan los ánimos de algunos amigos gitanos ya demasiado enervados. Se amenaza a los informadores, sobre todo a  los cámaras. Se producen amagos de pelea, los concejales Manuel Prado y Fernando Rodríguez llegan a sujetar a un gigante que se abalanza sobre un compañero... 

A duras penas se va imponiendo algo que parece tranquilidad a medida que Dolores Montoya y sus acompañantes se van alejando por una puerta secundaria perseguidos por los periodistas. En la salida, agentes de la Policía Nacional y Local cortan el paso paa que dejar que la viuda triste se aleje ya definitivamente en uno de los coches que espera.

Tras ella van saliendo los principales amigos y varios familiares del “dios del cante flamenco”. El camposanto se va quedando solo y el panteón del genio oculto por un manto de coronas de flores del último adiós.

En ese momento comenzaba una segunda fase. En la entrada del cementerio hay una multitud que quiere entrar, llevan mucho tiempo bajo un sol abrasador con la única ilusión de tener el privilegio de ser los primeros en conocer el sitio donde reposa el duende más grande.

Los cuerpos de seguridad lo esperan. Policía Loca, agentes de la Policía Nacional y de la Unidad de Intervención Inmediata de este cuerpo controlan la parte exterior e interior de la puerta y hacen un pasillo de seguridad hacia el panteón.

De nuevo se produce el tumulto, hasta que la entrada comienza a ser más fluida. Todos quieren ser los primeros en despedir al último de los mitos. Isleños y ciudadanos venidos de Dios sabe dónde, pasan, piran el túmulo camaronero.

Algunos se detienen, otros quieren coger una flor, la besan, otros depositan flores, aquel llora...

CAMARÓN

“Lo que yo no puedo hacer es una cosa que no salga de mí. Una vez me preguntaron si lo que hacía era rock o flamenco. Yo hago flamenco porque soy gitano y el flamenco lo tengo que llevar dentro necesariamente. Cante lo que cante, yo lo hago en gitano, lo llevo dentro”, aseguraba Camarón.

“Hace falta imaginar, experimentar cosas y cambiar algo. Hace falta arriesgarse. Yo ya sabía de antemano lo que iba a pasar. Es que los puristas no experimentan nada de nada. Si se queda uno sólo con los puristas, nos quedaríamos siempre en el mismo sitio. Están metidos en un círculo del que no se salen. Y yo creo que hay que salirse un poco”.

“Para mí el flamenco es todo, mi vida, mi profesión, lo que me gusta”, aseguraba Camarón,  protagonista de una vida de película llevaba al cine por el director Jaime Chávarri en 2005, en un ‘biopic’ en el que el actor Óscar Jaenada afrontó el reto de meterse en la piel del mito con éxito y se llevó un premio Goya al mejor actor.

“Para cantar flamenco de verdad, se ha de haber conocido la pobreza”, decía Camarón, que comenzó a cantar de niño en la Venta de Vargas de San Fernando, donde ya deslumbraba a los grandes cantaores flamencos.

Sin embargo, fue Juana Cruz, la madre del cantaor, la que más influyó en Camarón. “Mi madre cantaba ‘pa rabiar’, con muchísima personalidad. Puedo presumir de haberlo aprendido todo de ella. Bueno, de ella y de todos los artistas viejos, que eran todos de la Isla, los que venían de paso y paraban en mi casa”, decía.

A José Monje Cruz (San Fernando, Cádiz, 5 de diciembre de 1950) le puso el apodo de Camarón su tío José, por su delgadez, su pelo rubio y su piel blanca, que, según él, le hacían parecer un camarón. ‘La Isla’ es como se conoce a San Fernando, ubicada en la Isla del León, y serviría al cantaor para completar su nombre artístico. Fue el penúltimo de los ocho hijos de Juana Cruz y Juan Luis Monje, y creció en el barrio de Las Callejuelas.

Con 16 años llegó a Madrid y se convirtió en fijo del tablao del Torres Bermejas, acompañado a la guitarra por Paco Cepero,y conoció al maestro gaditano Paco de Lucía, con el que grabó los nueve primeros discos de su carrera entre 1969 y 1977, una colaboración que sentaría las bases de la revolución del flamenco que supuso la publicación del álbum ‘La leyenda del tiempo’ en 1979, ya sin Paco de Lucía.

 

(En las crónicas aparecía el primer apellido de José Monje Cruz escrito con ge. Fue este periódico el que en 2015 consiguió la partida de nacimiento del cantaor y pudo ver la Fe de Bautismo que se guarda en la Iglesia Castrense de San Francisco donde se bautizó -no en El Carmen como se dice en algunas publicaciones, ya que El Carmen todavía era un convento- como prueba de que su apellido era y seguirá siendo MONJE. Incluso en una fotocopia del DNI aparece su nombre escrito con ge, aunque él firma con jota. Dolores Montoya Chispa refrendó a este periódico que el apellido es con jota, aunque reconocía que algunos de sus hijos lo usaban con ge. Todo ello a pesar de que el apellido que reza en su partida de nacimiento -incuestionable a niveles administrativos- y el de su tumba es Monje).

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