No podemos aburrirnos ni desfallecer por las dificultades que la vida nos plantea, y hemos de aprender a pasar página. Seguro que todos en alguna ocasión hemos tomado decisiones que involuntariamente han provocado daños en otro, y hemos de saber pedir perdón y reconocer nuestros errores.
En otras ocasiones habremos sido víctimas de la actuación de los demás, y tampoco podernos quedarnos anclados en el resentimiento y la venganza, incapaces de perdonar y por supuesto pasar página. Si no lo hacemos tanto en uno como en otro caso, terminaremos siendo rehenes de nuestras propias culpas y rencores.
Todos hemos generado o padecido dolor. Hemos de afrontarlo, pasar página y seguir con nuestras vidas, si nos quedamos dando vueltas sobre nosotros mismos y echándoles las culpas a los otros de lo que nosotros podemos resolver, sufriremos innecesariamente si no asumimos que las cosas no desaparecen por si solas, si nosotros no hacemos un pequeño esfuerzo.
Debemos hablar con naturalidad de nuestras ideas y nuestros sentimientos. No debemos tener miedo de lo que piensen los demás si estamos convencidos que la razón nos asiste, y tenemos el derecho a vivirla como deseemos, siempre que lo hagamos dentro del respeto a los otros.
Saber prescindir de lo que en algún momento fue imprescindible, descender de donde se había ascendido, desterrar malos humores y sustituirlos por alegrías, dimensionar las situaciones en su justa medida y ser capaces de afrontar el futuro habiendo aprendido del presente y pasando página sobre todo lo que pueda perjudicarnos.
Unas veces triunfamos y tenemos éxitos y otras fracasamos estrepitosamente como consecuencia de nuestras decisiones equivocadas, no debemos morir de los primeros ni caer en la nostalgia y la melancolía de los segundos, porque en ninguno de los casos seremos capaces de pasar página habiendo aprendido algo.
El mundo puede estar en nuestras manos, siempre que seamos capaces de dejar atrás los malos recuerdos, y no se trata de olvidar, pero si de estar abierto a dialogar, incluso desde la discrepancia, huyendo de negaciones, exigencias absurdas o imposiciones.
Tendríamos que echar más sentido común en las cosas que pensamos, decimos y hacemos, y no caer en las pamplinas, y entre el tesón y el talento, no nos debe importar cultivar más la diversión que el aburrimiento y la seriedad y el rigor, que las tristezas y las frivolidades.
Para lograr pasar página de las malas compañías, seamos de los que se entrenan continuamente en el arte de compartir que en la torpeza de acaparar. Aprendamos siempre de los demás y sobre todo de nosotros mismos, y no nos olvidemos nunca que si nos sentimos bien, comunicaremos y nos relacionaremos en positivo.
Potenciemos nuestra capacidad de escucha y aprendizaje, no seamos irresponsables ni temerarios, seamos empáticos, controlemos nuestros impulsos, no violemos las normas o ignoremos su conocimiento y mantengamos nuestra autoestima sin caer en una vanidad exacerbada.
Aparquemos nuestras diferencias y pongamos límites a nuestras ambiciones, y no tratemos de manera injusta a quien no se lo merece. Más temprano que tarde nosotros tendremos que probar de la misma tortura, y entonces nos acordaremos que el mejor remedio y la terapia más eficaz hubiera sido pasar página.
