Ayer debieron torear bien El Juli, o Manzanares, o Morante, dos de estos tres, pero ni Perera ni Luque. No tenía sentido un enfrentamiento entre estos dos, y como tal no resultó, ora por culpa de los toros, ora por los toreros. No había ningún asunto que tratar entre ellos.
No está la ganadería de Fuente Ymbro en su mejor momento, ni tampoco Perera parece que haya remontado el último bache que ha tenido en su carrera, ni mucho menos Luque es el nombre apropiado para un acontecimiento así en la Maestranza y en plena Feria de Abril. Todo apuntaba al fracaso. Y tal resultó.
No hubo punto de inflexión en la tarde, aunque el festejo todavía se puede considerar que fue de más a menos. Nunca existió el más, algo importante de precisar para entender el desarrollo y el contenido de la función, nulo por donde se mire.
Perera estuvo lo que se dice “aseado” –eufemismo que utilizaban mucho los revisteros antiguos para no comprometerse en la crítica– con el toro que abrió plaza, que había sido flojo en los dos primeros tercios, y que llegó a la muleta “metiéndose” por los dos pitones. La cara arriba, lo típico del toro que se defiende por su blandura.
Imposible que se tragara dos muletazos seguidos antes de “rajarse” del todo. No hubo faena como tal.
El tercero fue el más toreable del encierro, el único bravo de verdad, que humillaba y se desplazaba largo.
Sin embargo, Perera no terminó de entenderlo. Hubo una serie de derechazos arrastrando la muleta, buena, pero sólo esa. El último tramo de faena fue un desastre.