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Miércoles 27/11/2024
 

Notas de un lector

Levantar la vida

“Viejas canciones rusas y otros poemas. Poesía 2014 – 2015)”, es un volumen que tiene como pórtico reveladoras confesiones del propio autor, Pablo Anadón

Publicado: 13/03/2023 ·
13:04
· Actualizado: 13/03/2023 · 13:04
Autor

Jorge de Arco

Escritor, profesor universitario y crítico. Académico de la Real Academia de San Dionisio de Ciencias, Artes y Letras

Notas de un lector

En el espacio 'Notas de un lector', Jorge de Arco hace reseñas sobre novedades poéticas y narrativas

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Crítico, traductor, editor y poeta, Pablo Anadón (1963), ha publicado hasta la fecha ocho poemarios. Recuerdo haber descubierto el rigor de su lírica en su penúltima entrega, “Hotel Hispania. Poesía 2009 – 2014”, editado por Pre-Textos en 2017.

Aquellos poemas llegaban envueltos bajo el manto de un acontecer confesional que sumergía al lector en una atmósfera de unción y serenidad. Lo pretérito se tornaba imborrable -¿irreversible?- en la memoria del yo, mas, a su vez,se extendía a un presente latidor. El tiempo no se alzaba, entonces, como antagonista de cuánto restaba por venir, sino que se aparecía como aprendizaje para afrontar las dichas y las sombras de la existencia: “La noche en vela, se consume/ Silenciosa en el lento/ Goteo de las horas./ Hay quien, en la penumbra,/ Busca un cuerpo o una copa/ Para saciar una insondable sed./ Y hay quien, al resplandor/ Difuso de una lámpara,/ Acodado en la mesa./Espera una palabra,/ La palabra precisa/ Que le dé, finalmente, la ilusión/ De una vida cumplida”.

Ahora, ve la luz en el mismo sello, “Viejas canciones rusas y otros poemas. Poesía 2014 – 2015)”, un volumen que tiene como pórtico reveladoras confesiones del propio autor. Bajo el título de A modo de prefacio, o de disculpa, Pablo Anadón da cuenta de cómo y cuando nació este libro. Refiere como esos años fueron “los más difíciles que he vivido”. En verdad, un complejo proceso donde se entremezclaron “sucesivas pérdidas amorosas, la desdichada historia de la Argentina, un progresivo y casi perfecto aislamiento en el medio cultural, un violento asalto en mi casa, que me dejó cinco fracturas de cráneo y una larga convalecencia física y psíquica…”.

Afortunadamente, la cercanía de autores como Boris Pasternak y Sergei Esenin, su empeño por traducirlos y la acentuada nostalgia de la música deviejas canciones, se convirtieron en compañía y bálsamo para ir cicatrizando aquel ingrato periodo de penuria y desamparo.

Dividido en cinco apartados, el poemario que me ocupa se articula en torno a un íntimo soliloquio desde el que el poeta argentino pretende ahuyentar una soledad creciente, si turbadora. Porque aun desde la propia esencia del dolor, de la vigencia de lo sombrío, la escritura parece arengar hacia una trascendental esperanza que devuelva la luz a lo más hondo de la mirada e inciten, “piedra tras piedra, a levantar la vida”.

Su decir  se torna alimento vital, huella necesaria, vigente pureza a la hora de dotar de nombre y esencia a unos versos que se alzan y se sostienen sobre una arquitectura plenamente humana: “Ahí están otra vez los viejos árboles/ Bajo los cuales caminábamos,/ Las lámparas de luces amarillas/ Otros graffitis sobre las paredes/ Con las mismas consignas/ Y la luna en lo alto, silencioso/ Trozo de abandonada eternidad”.

Un poemario, en suma, que hace inventario de vivencias y ausencias, que reviste y desviste de amor y tristura cada página, que expira y respira la hondura y la belleza de la poesía legítima y verdadera: “¡Qué buena compañía nos hacemos/ en estas noches frías del invierno/ La gata blanca, el fuego en el hogar,/ La pipa, el libro, el piano de Chopin,/ Y toda la memoria, que no niega/ Cuanto hubo de milagro en lo vivido/ Y toda la esperanza, que no cede/ Esa ilusión sin fin de nueva dicha”.

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