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Jerez

José Flores ‘Cascales’: “He llegado a cantar doce saetas en la misma tarde”

La voz del jerezano ha sonado durante más de cuarenta años en las calles y balcones de la ciudad y tiene en su haber multitud de premios de concursos de saetas

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  • José Flores ‘Cascales’, saetero jerezano. -
  • Asegura que “alguna vez he cantado gratis pero no por poco dinero”

Todo aquel que haya vivido el mundo de las cofradías en los últimos cuarenta años o haya sido aficionado a las saetas jerezanas saben quién es José Flores ‘Cascales’. El jerezano, nacido en 1942, ha sido uno de los rostros más populares durante décadas y de los más reclamados por los propietarios de grandes y nobles casas para que cantara desde sus balcones.

No ha sido nunca cantaor flamenco profesional, siendo gitano, “porque en aquellos entonces había muy buenos cantaores y a mí me daba miedo cantar en público, me gustaba mucho la seguiriya, la soleá y la bulería para escuchar pero nunca me atreví a cantar delante de nadie”. Pero no le ocurrió lo mismo con la saeta, a la que sí le echó valor y “siendo un chavalito fui a ver a Jesús Nazareno a la Alameda Cristina. Mi mare lo acompañaba y sentí el impulso de cantarle. Los que venían conmigo no se lo esperaban pero a partir de ahí ya fui animándome”.

En el año 75 dio un paso más y se apuntó al Concurso de Saetas en la calle que organizaba la Peña Los Cernícalos, desde el balcón de la Caja de Ahorros de la Plaza del Arenal, y sin esperarlo se hizo con un accésit. “No recuerdo si eran dos mil o tres mil pesetas y me dije que aquello era muy fácil, que las fatigas las pasabas yo trabajando en el campo cogiendo remolacha”, reconoce. Por entonces compartía terna con El Locajo, Luis de Pacote, entre otros grandes. “Yo escuchaba mucho al Tito Viejo, que vivía cerca de mi mujer, en la calle Nueva, que era familia de Manuel Torres y cantaba saetas en la Plaza Rafael Rivero con Junquera, el viejo, el Niño de la Fortaleza o El Guapo. Como yo manejaba dinerito pues le invitaba a media botella de vino para que me cantara toda la noche”, cuenta José.

Este universo saetero está envuelto en una liturgia especial que se repite de año en año como el “trocito de bacalao que me comía para que la voz se pusiera a mi gusto, o la copita de oloroso y el cigarro antes de cantar, para los nervios”. Cascales se hacía acompañar de sus amigos, uno de ellos era sobrino de Manuel Torres, otro era Juanele, y le animaban cada vez que se presentaba a un concurso. Junto otros saeteros como su cuñado Rafael El Lilo o Diego Rubichi conformaron un grupito de aficionados a la saeta y se presentaban a concursos de fuera de Jerez, como Sanlúcar, Rota o El Puerto. En Sanlúcar precisamente ganó por primera vez un primer premio y “ahí dije quecon la saeta era aún más fácil ganar dinero de lo que yo pensaba”.  Tanto gusto le cogieron q los concursos que se apuntaban a todos los que podían y se repartían el premio entre ellos por si alguno no ganaba nada. Acuerdos previos.

Del de los Cernícalos pasaron al de la Buena Gente, “que le dimos fama nosotros, los que te estoy diciendo. Aquellos primeros años eran muy bonitos porque el jurado tenía mucho prestigio. Estaban por entonces El Carbonero, Manolo Sevilla o Antonio El Platero, con el que terminé discutiendo porque defendía mucho a los cantaores de La Plazuela”, relata José. En alguna ocasión fue ganador del primer premio y del especial Manuel Torres, lo que suponía un dinero interesante al que había que sumarle el de los balcones que le salían a modo de contrato. “Ganar te daba prestigio y podías pedir más dinero luego”.

Aquello era otro cantar, nunca mejor dicho. Algunos hermanos mayores tenían mucho dinero, eran de buena familia, y querían que cuando la cofradía pasara por su casa le cantáramos nosotros. Entonces ahí se ganaba dinero y bien”, y recuerda una anécdota con la hermandad de los Judíos de San Mateo, con la familia Bohórquez. “Yo me he llevado más de veinticinco años cantándole, me pagaba Fermín padre, Fermín hijo y La Poti, que me llamaba para cantarle en el Casino Jerezano. Total que me hacía con un dinero y a las doce de la noche estaba en casa”. A veces hasta las propias entidades bancarias, peñas como La Bulería o negocios lo contrataban, “yo he llegado a cantar hasta doce saetas en la misma tarde”.

También recuerda esos “tantos” años cantándole al Prendimiento, con Manuel Alejandro, junto a El Guapo. De hecho, los llevaron a Sevilla, tendría José unos cuarenta años, y “yo vi claro que eso era una encerrona. Le cantábamos a El Cachorro, y allí estaban los hermanos Mairena, Antonio y Manuel, Chocolate, José de la Tomasa, El Lebrijano, El Perejil… yo quise cantar el primero y cuando canté, todos se quedaron callados. ¿Quién canta ahora?”, dijo Antonio.

Él, que cantaba de forma voluntaria al Gran Poder, entendía que hacerlo contratado “tenía su guasa porque Sevilla es Sevilla”. José asegura que “de Sevilla para abajo ha cantado con todos los mejores de su época”. ¿Y qué otro saetero lo ha emocionado? Menciona a dos nombres y dos momentos: Diego Rubichi, en la madrugada del Viernes Santo cantándole a la Buena Muerte, y El Guapo, al Prendimiento. “Cómo cantaría El Guapo ese día que te digo que terminó flotando, lo cogí por los hombros y de la fuerza que sacó terminó con los pies a una palma del suelo”.

Otra experiencia que recuerda es la que tuvo con Manuel Agujetas, cuando aquella mítica saeta en Santiago a la Virgen del Valle, que “me vio y me soltó: tú cómo que has ganado el premio Manuel Torres si tú no lo has escuchado nunca. Yo le paré los pies”. En este repaso por su vida ligada a la saeta José comenta que lo de hoy en día es muy distinto porque “me consta que se paga muy poco”, y habla continuamente de una cifra que no termina de definir pero “los veinte mil duros nos llevábamos para casa en una tarde”, a lo que añade, “yo he cantado gratis pero nunca por poco dinero, yo tenía mi caché”. Ahora “el único que puede parecerse a alguno de nosotros de esa época es Juan Lara, yo lo escucho y creo que es bueno y le animo a que vaya a todos los concursos que pueda, que se va a traer un buen dinero”.

A pesar de que es un gran entendido en la materia, nunca ha querido ser jurado de ningún concurso porque no quiere problemas. “A los concursos tienes que ir creyendo que como máximo te vas a llevar un accésit, porque como creas que te vas a llevar al primero o el segundo luego vienen los problemas”. A estas alturas recuerda lo bonito que era aquello, “al ambiente que se formaba y el dinero que ganábamos”. Pero José, ¿daba para tanto?, pregunto. “Con el dinero de las saetas pagaba todo lo que había pedido fiado en el almacén durante todo el año, el de Heladio, en Picadueñas”, concluye.

 

 

 

 

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