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Notas de un lector

Nada salvo el tiempo

Irene Domínguez (1996), ha escogido el título “Pureza” (Ediciones Rialp. Madrid, 2023), similar al de Juan Ramón Jiménez, para su bautismo lírico

Publicado: 27/03/2023 ·
10:37
· Actualizado: 27/03/2023 · 10:37
Autor

Jorge de Arco

Escritor, profesor universitario y crítico. Académico de la Real Academia de San Dionisio de Ciencias, Artes y Letras

Notas de un lector

En el espacio 'Notas de un lector', Jorge de Arco hace reseñas sobre novedades poéticas y narrativas

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En el primer cuarto del siglo XX, Juan Ramón Jiménez daba a la luz “Pureza”, un volumen de cuarenta y seis poemas donde el autor moguereño mostraba el camino interior de su alma y donde fijaba su mirada en lo que fueran sus más altos valores literarios: la verdad y la belleza. Al concederle en 1956 el premio Nobel de Literatura, se destacó que su poesía representaba “un ejemplo de alta espiritualidad y pureza artística”.

Más de un siglo después, Irene Domínguez (1996), ha escogido ese mismo título, “Pureza” (Ediciones Rialp. Madrid, 2023) para su bautismo lírico, que llega, además, avalado por la concesión de un accésit del “Adonáis”. Justificaba el jurado su decisión por ser este un libro donde prima “una poderosa evocación de la infancia y la fuerza con que describe la cotidianidad, las relaciones amorosas y la crisis generacional que afecta a tantos jóvenes de hoy”.

Desde una latente claridad expresiva, la poetisa toledana va retratando serenamente su imaginario personal. Consciente de que el lenguaje poético es capaz de ser el mediador para reconstruir el proceso vital, su discurso se hace crónica real, reflexión sobre la temporalidad que ha ido articulando su existencia. Desde una memoria nostálgica y exultante, su testimonio se alza poderoso y su materia versal se amalgama indivisible con los sentimientos. Y así, su voz se equilibra entre las necesidades subconscientes y las lúcidas verdades que quedan plasmadas a modo de evocación colectiva: “Mi padre fue albañil y mi madre costurera./ Si hubiese atendido a sus oficios/ sabría cómo arreglar mi vida./ Ahora me veo artesana de mí,/ tratando de meter todas estas matrioskas en una sola./ Pero mira tú qué desastre./ Dentro de mí sale una,/ y otra,/ y otra…”

El volumen se divide, precisamente, en cinco “Matrioskas”, que sirven como espacios recurrentes por donde van derramándose distintos y sugerentes aconteceres. La inocencia, la fascinación, el desencanto, la soledad, la culpa, el olvido…, se alinean y se complementan en una suerte de renovada fidelidad a todo cuanto ha sido aprendizaje. Porque en la consciencia de su viaje interior, Irene Domínguez busca identificarse con un universo donde el presente reafirme una permanencia cómplice, una intimidad intuitiva capaz de mirar con esperanza hacia el mañana. Y con briznas de amor que hagan que lo cotidiano resulte excepcional: “Vamos a ser una pareja sin más vocación que estar juntos,/ que no tenga nada salvo el tiempo que les quede”.

En el conjunto de estos poemas vívidos, hay también una manera celebrar la concordancia y tolerancia de lo humano, de comprender la conciencia ajena como forma de cultivar la solidaridad. Una virtud que resulta aún más sobresaliente para un primer libro con muy buenos mimbres, donde transitan hermosas estampas, unánimes instantáneas de la esencia de ser libres, si mortales: “No me reconocí en las fotos de aquella niña./ Esa mirada guardaba la inocencia que a mí no me quedaba, esos ojos negros/  y esa sonrisa sin dientes que ya no tengo (…) No soy esa niña porque me muero cada día/ un poco más, porque paso por la fecha/ de mi muerte todos los años sin saberlo”.

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