Dejó escrito Antonio Porchia que “la primavera del espíritu florece en invierno”. Y tras la grata lectura de “Animal de invierno” (ArsPoetica. Oviedo, 2023), de Ricardo Ruiz, he recordado la máxima del autor italiano. Porque en esta nueva entrega del poeta burgalés, renace con verso preciso todo aquello cuanto gira al par de su acontecer. Las huellas del tiempo, los ecos de la vida, el latir de la memoria, parecieran aunarse, a su vez, en esta metáfora estacional que quiere redimir a un yo lírico sediento de verdad: “Es cierto que el invierno es benévolo/ si lo comparamos con la muerte./ Pero los animales de invierno/ pedimos el regalo de la luz/ para que no nos duelan tanto/ el frío de las sombras y los huesos”.
Conocí por vez primera los versos de Ricardo Ruiz hace más de dos décadas, al hilo “Kilómetros de nostalgia”. Por entonces, me encontré con una poesía que inventariaba un recorrido interior y melancólico. En sus poemarios posteriores, “Tatuajes” (2002), “Estación lactante” (2006), “El hombre crepuscular” (2009), “Los vencidos” (2012) y “Caligrafía del silencio” (2017) se adivinaba una honda expresividad verbal, un discurso honesto y revestido de un sugeridor empirismo. En 2019, recibió el premio Paul Beckett por “La condición humana”, un poemario que trazaba los significantes de cada uno de los sentidos del ser humano y proponía un apasionante itinerario donde las palabras eran capaces de remontar sus propios símbolos. Por entonces, él mismo ya era sabedor de que “lo importante de la vida no es encontrar la felicidad./ Lo importante de la vida es encontrar la belleza”.
Y, desde esa premisa, se asienta este nuevo conjunto de poemas que presenta el sentir íntimo de quien se inquiere y se pregunta por las leyes que rigen su presente y su futuro, de quien pretende aprehender las señales que una vez fueran razón de silencio y ahora son palabra y alma: “La posibilidad de una caricia./ La ternura de los inocentes./ El sol que incendia tus días./ La infancia donde siempre era verano./ El amanecer abrazado al cuerpo que amas./ El pañuelo del amor agitado por el viento./ La ventana donde se asoman los sueños perdidos”.
Dividido en dos apartados, “Animal de invierno” y “El resplandor del hielo”, el volumen avanza en pos de profundos ideales, de certeras creencias desde las que aposentar aquello que almendra el corazón. Lo familiar se alza como imprescindible coraza para entender todo cuanto pudo ser niebla alguna vez. De ahí, que la figura del padre y de la madre asomen por estas páginas a modo de sólido y bello reflejo de lo verdaderamente humano. Además, como anáfora de lo amatorio, hay una incesante acordanza de lo que habitó y, aún habita en los adentros del poeta: la morada de un ayer inolvidable: “Hubo unos ojos donde crecían jardines (…) Y un recuerdo que nunca viajó al olvido/ Y un mercando que al amanecer vendía milagros/ Y una casa que era todas las casas del mundo/ Y una vida que fue todas las vidas”.
En suma, un libro para leer despacio, para releer intensamente, para llenarse con el vívido fulgor de su verbo.