Hay que remontarse a 1998 para recordar al Málaga en una categoría inferior a Segunda División. Se cumple así, este 2023, un cuarto de siglo desde que los Roteta, Francis Bravo, Basti o Manuel López pusieron fin a tres temporadas consecutivas en el fútbol de bronce con aquel play-off de ascenso ante Terrassa, Talavera y Beasain.
Una etapa que se asumía como superada para una institución de la magnitud de la costasoleña, y que ahora deberá volver a vivir. Lo cierto es que se trata de un descenso ganado a la fuerza. La inestabilidad ha sido la nota dominante en el seno de la plantilla blanquiazul este año.
Con tres entrenadores diferentes y un total de 31 futbolistas utilizados, la inestabilidad ha sido la nota dominante. Para cuando la plantilla comenzó a darle criterio y coherencia al asunto, ya era tarde. Son muchos los que ya han pedido perdón, y los que quedan.
El comunicado que emitió el club no terminó de convencer a una afición que se ha vaciado para lograr el objetivo, pero que no ha contado con un equipo a su altura. Ahora, se pagan las consecuencias. El conjunto de Martiricos ha vivido una pérdida de nivel gradual.
Cada año se ha ido bajando un escalón camino al infierno. Ya el curso pasado nos quedamos a las puertas de bajar y, sin un cambio de rumbo claro, parecía cuestión de tiempo que esta situación se confirmase definitivamente.
En sólo diez años, el Málaga habrá pasado de codearse con los mejores jugadores del Viejo Contiente a verse las caras con el Antequera. La palabra “perdón” se ha escuchado ya hasta la saciedad, mientras que “responsabilidades” es un término que todavía no ha entrado en escena.
Se avecina un verano largo, incierto, en el que el aficionado, deberá volver a luchar contra sus propios demonios para ser el motor de un regreso que no debe hacerse esperar. No lo dejemos caer, malaguistas.