Que conste que jamás me he cansado, y dudo mucho que llegue a cansarme, de leer y oír sobre las virtudes que tienen Huelva y la provincia. Debo reconocer que es toda una motivación que alguien fuera de nuestras fronteras hable positivamente sobre esas magníficas cualidades que de una u otra manera dan valor a esta tierra. Sus playas, su sierra, su luz, su gastronomía, su historia, etc. Es todo un orgullo leer sobre profesionales onubenses que marcaron y siguen marcando una etapa importante en la historia de la humanidad, o cuanto menos, de este país.
Cuando se habla del Recreativo, de Daniel Vazquez Díaz, Juan Ramón Jiménez, Jesús Quintero, Jesús Hermida, Juan A. Morales y otros miles, oriundos de esta ciudad, no puedo evitar emocionarme y sentir como míos esos logros, fomentando en mí ese sentimiento de pertenencia que llevo siempre conmigo. Pero también está esa otra cara de Huelva, aquella que es ignorada, olvidada y alejada de la realidad generalizada que evoluciona en este país. Una ciudad anclada en su desarrollo en aspectos tan básicos como la comunicación e interacción entre pueblos y ciudades, acotando posibilidades futuras que nos niegan ese progreso social y económico que necesitamos para evolucionar.
Mirar al mar es otra de esas trabas que seguimos aceptando, condicionando nuestra actividad con parches mediocres o capitas de arena entre fábricas ‘blanqueadas’. De la arqueología podríamos centrarnos en Saltés, por poner un ejemplo conciso y claro, y así, podríamos seguir “hasta el infinito y más allá”. ¿Por qué Huelva? ¿Qué pasa en esta ciudad? La realidad es que seguimos viviendo de esos logros, de lo que otros hicieron, de ese nombre que construyeron valientes inconformistas, que lucharon y no se cansaron hasta alcanzar sus metas. Hoy en día, son pocos lo que se resisten a caer en esa apatía que nos sigue condenando al fracaso como ciudad y como sociedad. Huelva necesita seguir dando valor a lo suyo, pero sin olvidar que aún quedan muchas cosas por hacer. Como decía el periodista, Juan F. Caballero, ¿quién se apunta? Pero de verdad.