El Óscar concedido a Hayao Miyazaki por El chico y la garza a mejor película de animación ha tenido cierto aire reivindicativo, como el que concedieron a Ennio Morricone por Los ocho odiosos. Tanto en uno como en otro caso estamos ante dos trabajos con distintivo de despedida. Lo fue para el maestro italiano y posiblemente lo sea para el genio japonés, del que prácticamente asumimos como adiós su magistral El viento se levanta, estrenada hace una década, complementada ahora con El chico y la garza.
Y digo complementada porque si de la anterior se dijo que condensaba lo mejor del arte creativo del autor de Mi vecino Totoro -casi una obra testimonial-, en el caso de su último título estamos ante una especie de autohomenaje, en el sentido de que hay numerosas referencias argumentales, visuales y narrativas presentes a lo largo de su trayectoria como cineasta.
Sin alcanzar, eso sí, la grandeza de esos títulos de referencia, ni tampoco la trascendencia poética de sus imágenes e historias, en El chico y la garza confluyen no obstante numerosos elementos de interés, centrados en este caso en el atractivo de sus personajes y en los valores que encarnan, comenzando por Mahito, el niño de 12 años que guía la historia y va forjando su propia identidad a medida que se va enfrentando a los desafíos de la vida presente y futura. Junto a él, el más ambiguo y perturbador ejemplo de la garza, a medio camino entre el bien y el mal o, simplemente, una especie de truhán que vincula su destino al del propio chico.
Pero, como en toda la trayectoria de Miyazaki, son asimismo los personajes femeninos los que consolidan el potencial narrativo de la historia, que aquí dispara sus posibilidades con el juego entre espacio y tiempo e incluso las realidades paralelas, configurando un atractivo universo a medio camino entre la aventura tradicional y el fantástico de nuevo cuño, en busca de las emociones que Mahito va descubriendo y asumiendo, por mucho que surjan provocadas por la pérdida inicial de su madre.
De fondo, el mensaje ¿de despedida? de Miyazaki, a medio camino entre la advertencia y el consejo, pero optimista a partir de su concepción de los valores predominantes en el ser humano, a la hora de perseguir la búsqueda de un mundo mejor que aún es posible en este mundo nuestro, aunque privado de nuevas películas suyas.