Cuando Eddie Murphy protagonizó el primer Superdetective en Hollywood, hace 40 años, ya era un cómico con cierto nivel de reconocimiento en su país. Para nosotros sólo era el tipo gracioso que acompañaba a Nick Nolte en la trepidante Límite 48 horas.
Sin embargo, aquella película no sólo lo convirtió en una estrella a nivel mundial, sino que inauguró una especie de subgénero, el de la comedia de acción, que gozó de enorme salud a lo largo de toda la década de los 80, a partir de una serie de elementos básicos a los que Martin Brest dio un hábil desarrollo, apoyado a su vez en una destacada lista de secundarios. Axel Foley, vinculado para siempre a la melodía de Harold Faltemeyer, volvió cuatro años después en una interesante secuela dirigida por Tony Scott, hasta que terminó por degenerar con una tercera parte estrenada hace tres décadas.
Es el tiempo que ha pasado hasta que Eddie Murphy ha decidido autohomenajearse con una cuarta entrega que es, por encima de todo, un pretendido guiño nostálgico, un regreso a los orígenes de la primera película, del escenario, de sus protagonistas, ya que vuelven todos a excepción de Lisa Eilbacher -uno de los aciertos del primer filme-, y hasta de su banda sonora, de la que recupera algunos de sus hits más celebrados, empezando por The heat is on.
No sé si la intención de Murphy -tan aparente para su edad como Tom Cruise- es la de ejercer de enganche entre generaciones diferentes, pero le ha salido una película dirigida, especialmente, a los que le descubrieron en 1984 y convirtieron su Beverly Hills Cop en una de las cintas imprescindibles de la década de entre los títulos más taquilleros.
De hecho, todo suena a excusa para propiciar una especie de reencuentro de antiguos alumnos -y también de espectadores- para levantar una película tan prescindible como a ratos amena, desde el momento en que se limita a repetir la fórmula, tanto argumental como cómica, de la original.
Foley vuelve a Los Ángeles tras ser suspendido por otra persecución ruinosa, pero en este caso lo hace para ayudar a su hija, una célebre abogada en apuros. También están por allí Joseph Gordon Levitt y Kevin Bacon, de malo malísimo a la legua, por dar algo más de lustre a una película que sólo se entiende desde este afán revival por todo lo que nos remita a un pasado con el que sentirnos jóvenes de nuevo.