No reconocer la existencia de los problemas reales que nos afectan a todos, no permitir que se analicen, no dejar que las personas los identifiquen, los planteen o se movilicen para buscar soluciones, crea situaciones espirituales muy complicadas en las que muchos se desengañan, se vacían existencialmente y se derrumban. Es entonces cuando la búsqueda en la fe que se encamina hacia lo trascendente, experimenta crecimientos que a muchos se les hacen incomprensibles. Es entonces cuando la espiritualidad de las personas desborda todos los límites y marcos de referencia establecidos desde los puntos de vista social, económico y político. Ese fenómeno lo veo reflejado día a día en el medio habanero en que vivo.
Son muchas las manifestaciones y las creencias que conforman las esencias sincréticas de la identidad cubana. No hay que profundizar mucho para encontrarlas, sólo habría que estar presentes y atentos en nuestros barrios, observar los atributos externos que muchos llevan visibles, conversar con las personas que nos rodean, ver los altares y las imágenes y oír los cantos y los cultos que en las casas se multiplican. Todas estas vivencias renacieron con mucha fuerza en mi Parroquia de San Judas en Centro Habana, donde el templo se mantuvo abarrotado durante el día del Santo Patrón desde muy temprano hasta bien avanzada la tarde. Ver aquel espectáculo fue algo excepcional: personas de todas las condiciones sociales, de todas las etnias y orígenes, de las más diversas edades, hombres, mujeres, niños. Creyentes y no creyentes, buscando intercepción ante el patrono de las causas imposibles. Así las cosas.