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Lunes 25/11/2024
 
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Sevilla

Memoria de la ciudad de los “años del hambre” (y VIII)

Primero fueron utilizadas las canciones nacionales heredadas de los años treinta e incluso veinte...

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  • Calle Imagen y el tranvía -

En todas las épocas, el pueblo ha recurrido a la copla como medio de expansión. Durante el siglo XIX fueron célebres las letras sobre caciquismo, corrupción, reyes, políticos, validos, prelados, etc., con letras satíricas e irreverentes, siempre denunciando los abusos de los poderosos... Y durante los años de guerra civil, ambos bandos tuvieron sus cancioneros, a veces con letras distintas para la misma melodía musical, de indudable ingenio y valor costumbrista. Pero los años cuarenta y cincuenta fueron de una excepcional riqueza creadora, hasta el punto de acumular un cancionero sin precedentes en cantidad y calidad.

Primero fueron utilizadas las canciones nacionales heredadas de los años treinta e incluso veinte. Luego fueron las canciones testimoniales y sentimentales surgidas al final de la guerra y durante la postguerra. En este mundo de la canción, Sevilla tuvo mucho que ver tanto por las intérpretes, casi todas grandes artistas de la canción, como por los músicos y letristas. Y entre estos últimos había dos figuras excepcionales, el maestro Manuel Quiroga y el poeta Rafael de León.

La sola relación de artistas de la canción vinculadas a los “años del hambre”, entre 1939 y 1952, ya demuestra la excepcional calidad y personalidad coincidentes con este período de tiempo.
Las más veteranas eran Raquel Meller, Pastora Imperio, Amalia Molina, Custodia Romero, Conchita Piquer, Imperio Argentina, Estrellita Castro... Después vendrían Lola Flores, Adelfa Soto, Juanita Reina, Gracia de Triana, Antoñita Moreno, Paquita Rico, Marujita Díaz, Lolita Sevilla, Carmen Sevilla, Marifé de Triana, las llamadas por Rafael de León las “tonadilleras de la postguerra”... Y muchísimas más que pasaron fugazmente por el firmamento de la canción española, como Carmen Florido, Carmen Jara, La Canastera, Mari Tere Navarro, Mercedes Cubero, Conchita Bautista y otras, dejando una estela de arte y gracia andaluza.

Rafael de León había logrado en los años treinta un repertorio que le acreditaba como poeta indiscutible de la canción española, a la que amaba con toda su alma de hombre bueno, sencillo y artista. En la “Elegía a Antonio Ochaíta”, al que tanto quería y admiraba, escribió su pensamiento sobre la canción:
“En corros literarios negándote decían:

¿Cómo escribes canciones siendo tan buen poeta?...
Olvidando los nombres de Marquina y Machado
y de que por montañas también las hizo Lope”.
Rafael de León llegó a los años cuarenta con una veintena de canciones de excelente factura, entre ellas las populares “Manolo Reyes”, “Siempre Sevilla”, “Bajo los puentes del Sena”, ¡Ay, Maricruz!”, “María de la O”, “Rocío”, “Ojos verdes”, “Doña Sol”, “Triniá”...

A este repertorio siguieron casi cuarenta canciones en la década siguiente, la del hambre... Y para siempre quedarían títulos como “No te mires en el río”, “A la lima y al limón”, “Coplas de Pedro Romero”, “Coplas de Luis Candela”, “No me llames Dolores”, “Tatuaje”, “La Chiquita Piconera”, “Eugenia de Montijo”, “Me da miedo la luna” o “La Niña del Albaicín”, “La Niña de la Estación”, “La Parrala”, “Romance de la otra”, “Yo no me quiero enterar”, “Yo soy esa”, “Francisco Alegre”, “Y sin embargo te quiero”, “Lola Puñales”, canciones preciosas que en las voces únicas de Concha Piquer y Juanita Reina cautivaron a los españoles de la época y hoy constituyen una antología de la mejor canción, por triple valor: letra, música e interpretación.

Todavía en los años cincuenta, Rafael de León seguiría aportando canciones como “Romance de la Reina Mercedes”, “Capote de grana y oro”, “Romance de valentía”, “Amante de abril y mayo”, “Cárcel de oro”, “Con divisa verde y oro”, “Dime que me quieres”, “¡Mañana sale!”, “Doña Soledad”, “Picaíta de viruelas”...

La llamada “canción testimonial” fue fugaz, salvo el caso excepcional de “Angelitos negros”, de Antonio Machín, que la interpretó con infinita ternura y llegó al corazón de los oyentes.
Otras coplas tuvieron interpretaciones políticas. Fueron los casos de “Raska yu” y “¡Ay qué tío!”. También “La vaca lechera” fue muy celebrada y símbolo de aquellos años.

La canción sentimental tuvo especial acogida en una juventud angustiada por las dificultades de la postguerra. Entre las muchas canciones de éxito, estuvieron “Mi casita de papel”, “¡Oh, Mary!”, “Dos gardenias”, “Lisboa antigua”, “Madrecita”, “María bonita”, “Mira que eres linda”, “Ya sé que tienes novio”, “Vals de las velas”, “María Dolores”, “Cuando me besas”, “Espérame en el cielo”, “La luna enamorá”, “Me gusta mi novia”, “El huerfanito”, “Carita de ángel”, “Te quiero, dijiste”, “Yo vendo unos ojos negros”, “Un compromiso”, “Solamente una vez”, “Yo te diré”, “Noche de ronda”, “¡Ay, pena, penita pena!”, “Anoche hablé con la luna”, “Quizás, quizás, quizás”, “Aquellos ojos verdes”, “Amor no me quieras tanto”, “No tengas celos de mí”, “Mirando al mar”, “Cu-cu-rru-cu-cú paloma”, “Nicolasa”, “Dos cruces”... Títulos de coplas que estimularán la memoria de quienes vivieron aquellos años cuarenta y cincuenta en plena madurez, recordando momentos felices.

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