Mohammed Harestani, un ciudadano sirio que ha solicitado asilo en España, asegura que volvería "corriendo" a su país si se acabase la guerra. Se marchó cuando ya no podía más, tras una detención de dos días que le llevó al hospital, decidió ponerse a salvo con sus tres niños y su mujer. "En Siria tenemos a Al Asad. No se puede hablar una palabra. Es una persona muy fuerte. Si hablamos una palabra al segundo estamos en la cárcel", denuncia.
Harestani regentaba una pequeña clínica de fisioterapia y tenía una tienda de electrónica, dos casas, dos coches y la costumbre de pasar las vacaciones en el extranjero. En su juventud, vivió y trabajó 14 años en Suiza. También residió un año en España, donde su hermano se enamoró de una gallega y se casó. "Quién me iba a decir que volvería 30 años después", comenta.
En el centro de acogida de refugiados de CEAR donde actualmente reside, explica que el punto de inflexión llegó para él cuando al cabo de dos años de guerra le detuvieron en una celda aislado durante 48 horas, sin agua ni comida y lo peor, sin la insulina que necesita para sobrellevar su diabetes. Le costó dos días de hospitalización recuperarse de aquello, llegó a pensar que como poco, perdería la vista.
"Cuando mi mujer me sacó, me dijo 'no podemos seguir aquí'. Mi hijo iba a la escuela cuando sabíamos que caían muchas bombas en las escuelas. Teníamos mucho miedo. Cogen a muchos niños y si no tienes dinero para pagar, los matan. Es fatal vivir en Siria (...) matan a gente en cualquier sitio", explica.
Salió él primero con los tres niños y cruzaron la frontera de Líbano. Allí esperaron ocho meses a que su mujer consiguiese renovar el pasaporte y salir de Siria. Cuando por fin se reencontraron, descubrieron que ya no era tan fácil viajar a Europa. Su cuñada, la española, movió cielo y tierra para que la embajada de España les sellase los visados que a priori, les habían denegado.
"CÓMO IBA A METER A MIS HIJOS EN UN BARCO"
"Estábamos los cinco juntos y de allí fuimos todos a Madrid. A mis hijos les denegaron el visado. Si no llega a estar mi cuñada aquí, no habría podido llegar. Hay una mafia en Líbano, que si pagas dinero... pero cómo voy a meter a mis hijos en un barco. No, no podía ser", afirma.
Llegó a Barajas pero con Suiza en mente. Pensó que habiendo vivido allí tantos años no tendría problema en renovar un permiso de residencia que dejó caducar cuando volvió a Siria y fundó su familia y su negocio. Lo intentó, pero su visado era el que era: tenía que quedarse en suelo español y pedir asilo. Ahora se ríe cuando recuerda la cantidad de veces que su hermano le había dicho que se viniera a vivir a España.
Ha perdido todo su patrimonio y se ha endeudado con familiares y amigos, que le apoyaron durante el viaje y también al llegar. Dice que su hermano le quiere perdonar lo prestado, pero insiste en que él va a "trabajar fuerte" para devolverlo todo. "Pagué mucho, ahora quiero devolver ese dinero. No es mío. Tengo ahora que pensar mucho en esas cosas", afirma.
En lo que ya no piensa es en cambiar de país porque asume que al menos durante un tiempo, tendrá que quedarse como refugiado en España. "Hay mucha gente pensando ir a Alemania. ¿Qué hay en Alemania? Aquí, en España, hace treinta años había mucho, mucho trabajo. A mi me gusta", comenta en un correcto castellano, el quinto idioma que maneja.
"SI NO TIENES TRABAJO, NO TIENES NADA"
Lo ha aprendido en el Programa de Acogida de Refugiados, donde ha completado la primera fase de residencia en un centro y se prepara para dar el siguiente paso, un piso de alquiler al que mudarse con su familia. Tendrá sus gastos de manutención y vivienda cubiertos por unos meses, pero después, habrá de salir adelante como el resto de los ciudadanos.
"Ahora no estoy pensando en mi país, estoy aquí pensando cómo lo voy a hacer, en qué voy a trabajar y cómo voy a dejar dinero a mi familia, porque somos cinco. A partir de seis meses, si no tienes trabajo, no tienes nada", explica.
Su mujer, profesora de inglés, ayuda a una señora mayor una vez por semana. Él está pendiente de una empresa de productos sanitarios. Hablar alemán, inglés, árabe y castellano quizá le abra la puerta de un puesto en la recepción, pero "no es seguro". No puede ejercer la fisioterapia, poco después de llegar a España sufrió un ictus y aún no ha recuperado la movilidad del brazo izquierdo.
Sobre la situación en su país y el éxodo camino de Europa prefiere no hacer comentarios. "Ahora ya no miro las noticias porque es todo muy malo. Por qué voy a verlo. Me pongo más enfermo cuando las veo. Ahora miro a mi familia y sitios donde trabajar", afirma Harestani